CICLOS COSMICOS DE LA HUMANIDAD
MANRIQUE MIGUEL MOM (†)
CUARTA PARTE (cont.)
III

El "Manvantara", los "Yugas", y los"Sandhyâ" 
El período que con mayor frecuencia aparece en diferentes tradiciones es en verdad menos el de la misma precesión de los equinoccios, que su mitad. Es ésta, en efecto, la que notoriamente corresponde a lo que era el "gran año" de los persas y de los griegos, evaluados a menudo por aproximación en 12.000 a 13.000 años, siendo su duración de 12.960 años (o sea 25.920 / 2). Dada la importancia particularísima que de tal modo se atribuye a este período, puede presumirse que el Manvántara deberá comprender un número entero de estos 'grandes años'; pero entonces, ¿cuál será dicho número? 

Al respecto, y fuera de la tradición hindú, encontramos por lo menos una indicación precisa que parece lo suficientemente plausible como para poder esta vez ser aceptada literalmente: entre los caldeos, la duración del reino de Xisusthros, que es manifiestamente idéntico al Vaiváswata hindú, el Manu del actual ciclo, está fijado en 64.800 años, o sea exactamente cinco'grandes años' (12.960 x 5 = 64.800 años). Señalemos accesoriamente que el número cinco, al ser el de los "bhutas" o elementos del mundo sensible, debe necesariamente tener una importancia especial desde el punto de vista cosmológico, lo que viene a confirmar la realidad de semejante evaluación, tema que por cierto ya hemos tratado antes en otra parte de esta investigación. 

Sea lo que fuere, si tal es la duración real del Manvántara (64.800 años), y se continúa tomando como base el número 4.320, que es igual a un tercio del "gran año" (12.960 / 3 = 4.320), surge que esta cifra deberá multiplicarse por quince (4.320 x 15 = 64.800). Por otra parte, los cincos "grandes años" serán repartidos naturalmente de manera desigual, pero siguiendo relaciones simples entre los cuatro Yugas: el Krita-Yuga contendrá dos; el Tretâ-Yuga, uno y medio; el Dwâpara-Yuga, uno; y el Kali-Yuga, medio. Estos números son por supuesto la mitad de aquellos obtenidos precedentemente al representar por diez la duración del Manvántara. Evaluados en años ordinarios, estas mismas duraciones de los cuatro Yugas serán respectivamente de 25.920 años para el Krita, 19.440 para el Tretâ, 12.960 para el Dwâpara, y 6.480 para el Kali, conformando un total de 64.800 años. Debe reconocerse –sostiene Guénon– que estas cifras se ubican al menos dentro de límites perfectamente verosímiles, pudiendo muy bien corresponder a la antigüedad de la presente humanidad terrestre. 
 

El "Sandhyâ"
El vocablo sánscrito "sandhyâ" (derivado de "sandhi": punto de contacto o de unión entre dos cosas) se emplea también en una acepción más corriente, para designar el crepúsculo (matutino o vespertino) y –en la doctrina de los ciclos cósmicos– individualiza el intervalo entre dos Yugas, intervalo o intermedio que no implica alargamiento en el tiempo, sino tránsito o transcurso entre un ciclo y el siguiente (o entre el ciclo final y la disolución, o –al fin de ésta– el comienzo de un nuevo ciclo), tal como el crepúsculo señala la transición, intervalo o paso, entre el ocaso y la noche, o entre el fin de ésta y el día. Este es en nuestra opinión el sentido simbólico del crepúsculo y el natural del "sandhyâ", aplicado a la doctrina cíclica. El vocablo "intervalo" –del latín "intervallus"– presenta dos acepciones: la raíz "inter" indica –en el "tiempo""durante", "mientras", "en el transcurso de"; y, en el "espacio", "entre", "en", "en medio de". El vocablo se emplea aquí en el sentido del tiempo, pero –al finalizar el ciclo– el intervalo debe tomarse en el sentido del espacio, pues entonces el intervalo –hasta el comienzo de un nuevo ciclo– es intemporal. 

Debemos extremar las precauciones y agotar el análisis en la medida de lo posible, ya que "los fenómenos naturales en general, y en especial los astronómicos, jamás son contemplados en las doctrinas tradicionales si no es a título de simple modo de expresión, como simbolizando ciertas verdades de orden superior; si los mismos los simbolizan efectivamente es porque sus leyes no son en el fondo otra cosa que una expresión de dichas verdades en un dominio especial, algo así como la traducción de los principios correspondientes, adaptados naturalmente a las condiciones particulares del estado corporal y humano". "Puede comprenderse por lo tanto cuán grande es el error de aquellos que quieren ver "naturalismo" en estas doctrinas, o creen que éstas sólo proponen describir y explicar los fenómenos tal como puede hacerlo la ciencia "profana", si bien en formas diferentes. Ello importa propiamente invertir las relaciones y tomar el símbolo mismo por lo que representa; el signo por la cosa o la idea significada". 

Ahora bien, con esta prevención y volviendo al tema, consideramos que al basarse el ritmo de los ciclos cósmicos de la doctrina hindú en el fenómeno astronómico de la precesión de los equinoccios, resulta congruente con ello apoyar en el "crepúsculo astronómico" el cálculo de la duración temporal del "sandhyâ". 

El crepúsculo astronómico vespertino es el producido por el reflejo en la atmósfera de la luz del Sol, mientras éste aparenta5 recorrer hacia el "poniente"el arco comprendido entre el horizonte y el círculo paralelo a él situado 18º más abajo. Prácticamente, la terminación del crepúsculo astronómico vespertino coincide con la "aparición" de las estrellas de sexta magnitud, que son las de menor brillo que pueden observarse a simple vista. Inversamente, el crepúsculo astronómico matutino está constituido por el reflejo de la luz del Sol en la atmósfera, mientras éste aparenta recorrer hacia el naciente el arco de 18º comprendido entre los círculos que hemos mencionado más arriba. El alba se inicia con la desaparición visual de las estrellas de sexta magnitud, y termina cuando el Sol despunta el horizonte. Agreguemos que la duración del crepúsculo astronómico varía con las épocas del año, pues para una misma latitud son diferentes los tiempos que tarda el Sol en recorrer hipotéticamente arcos de distinta declinación, comprendidos entre el horizonte y el círculo crepuscular astronómico, y viceversa. En Buenos Aires, por ejemplo, situada a 34º 36' de latitud Sud, el crepúsculo del día del solsticio de verano, cuando la declinación del Sol es de –23º 27', alcanza a 1 hora, 50 minutos, 50 segundos, mientras que en el día del equinoccio de primavera, –cuando la declinación del Sol es de 0º– el crepúsculo dura 1 hora y 19 minutos. Así también, la duración de los crepúsculos aumenta con la latitud del lugar. Ya expresamos que en Buenos Aires el crepúsculo del día del solsticio de verano dura 1 hora, 50 minutos, 50 segundos, en razón de estar dicha capital a 34º 36' de latitud Sud; para la misma fecha, en la ciudad de Ushuaia, situada a 54º 49' 22'' de latitud Sud, el crepúsculo vespertino prácticamente se une con el matutino, es decir, no se observa noche cerrada. 

Este pequeño pero indispensable paréntesis cosmográfico nos permite aportar un fundamento complementario al hecho ya comentado de que la tradición primigenia, inicialmente "hiperbórea", tenía su sede espiritual en un lugar donde el Sol daba en verano la vuelta al horizonte sin ponerse, lo que ocurre en el mismo Polo Norte y en la región circumpolar. 

I. – Características polares: 

1. El Sol se levanta por el Sud. 

2. Las estrellas no se levantan ni se ocultan; giran aparentemente en planos horizontales, culminando una aparente revolución en 24 horas. El hemisferio celeste Norte es visible durante todo el año, y el hemisferio celeste Sud permanece siempre invisible. 

3. El año consiste en un largo día y una larga noche de seis meses cada uno. 

4. No hay sino una mañana y una tarde, o sea que el Sol no se levanta ni se pone más de una vez al año, pero los crepúsculos de la mañana y de la tarde duran cada uno cerca de dos meses, o sea sesenta períodos de 24 horas cada uno. El resplandor rojizo de la mañana o de la tarde no está localizado al Este o al Oeste como entre nosotros, sino que aparentemente se desplaza como las estrellas, rodeando al horizonte como el torno de un alfarero, cumpliendo una revolución cada 24 horas. Esta aparente rotación del resplandor matinal se prolonga hasta que el disco solar aparece por sobre el horizonte, a partir de cuyo momento el astro se desplaza –sin acostarse– alrededor del observador, cumpliendo una aparente revolución cada 24 horas. 

El crepúsculo vespertino se produce a la inversa, hasta que la noche se cierra.

II. – Características circumpolares: 
1. El Sol se encuentra siempre al Sud del cénit del observador, pero como tal es el caso asimismo de un observador ubicado en la zona templada del Hemisferio Norte, no se lo puede considerar como una característica especial. 

2. Una gran cantidad de estrellas son circumpolares, es decir, que las mismas se encuentran por sobre el horizonte durante la totalidad de su aparente revolución, y por lo tanto son siempre visibles. Las otras estrellas –no circumpolares– aparecen y se ocultan como en las zonas templadas, pero aparentemente giran a lo largo de círculos oblicuos. 

3. El año se compone de tres partes: (1) Una larga noche contínua, en el momento del solsticio de invierno, de una duración mayor de 24 horas y menor de seis meses según sea la latitud local; (2) Un largo día contínuo, en el momento del solsticio de verano, de una duración mayor de 24 horas y menor de seis meses según sea la latitud local: y (3) Una sucesión de días y de noches ordinarios durante el resto del año; un día y una noche consecutivos no superan en conjunto una duración de 24 horas. El día siguiente de la larga noche contínua es al comienzo más corto que la noche, pero se va alargando hasta constituir un largo día contínuo. Al término de este largo día, la noche es inicialmente más corta que el día, y luego –a su vez– comienza a aumentar su duración hasta el comienzo de la larga noche contínua que dará culminación al año. 

4. El alba, al término de la larga noche contínua, se extiende varios días, pero su duración y su esplendor son tanto menos grandes cuanto más se aleja el observador del Polo Norte. En ciertos lugares, a algunos grados del Polo Norte, el fenómeno de rotación aparente del resplandor matinal será todavía observable durante la mayor parte del alba. Las otras albas, es decir aquellas que separan los días de las noches ordinarias, no se extenderán, a semejanza de las albas de las zonas templadas, sino algunas horas o fracción. El Sol, cuando se encuentra por sobre el horizonte en el transcurso del día contínuo, girará aparentemente, sin ponerse, alrededor del observador –como en el Polo– pero a lo largo de círculos oblicuos, y no horizontales. En la larga noche, el Sol se encontrará enteramente por debajo del horizonte, mientras que en el resto del año saldrá y se pondrá, permaneciendo por sobre el horizonte durante un lapso variable de la jornada según la posición aparente del astro con respecto a la Tierra, esto es, un lapso creciente en primavera, y decreciente en otoño.

Tenemos pues de esta manera dos conjuntos distintos de características concernientes a las regiones polares y circumpolares, características que por lo demás no se encuentran en ninguna otra parte de la superficie del planeta. Como los polos terrestres son los mismos hoy en día que hace millones de años, las características astronómicas expuestas más arriba son valederas para todas las épocas pasadas, pese a que el clima polar haya experimentado durante el Pleistoceno profundas alteraciones. En resumen, consideramos aquellas características como guías infalibles, de manera tal que si una descripción o una tradición védica revelan unas u otras de las mencionadas características, podremos tranquilamente deducir si la tradición es de origen polar o circumpolar, y que el fenómeno, si no fué observado realmente por el propio relator, al menos le era conocido por intermedio de una tradición fielmente transmitida de una generación a otra. 

Hemos expresado antes que los dos arcos de 18º recorridos por el Sol en ambos crepúsculos no polares ni circumpolares suman 36º y representan la décima parte del recorrido total de 360º que aparenta realizar aquél en el transcurso del ciclo diario de 24 horas en zonas no polares ni circumpolares. 

Ahora bien, en virtud de la ley de correspondencia que relaciona todas las cosas en la Existencia Universal, se observa siempre y necesariamente una cierta analogía sea entre los diferentes ciclos del mismo orden, sea entre los ciclos principales y sus divisiones secundarias. Frecuentemente, esto se debe interpretar simbólicamente, ya que la esencia misma de todo simbolismo se apoya precisamente sobre las correspondencias que existen realmente en la naturaleza de las cosas. 

Analógicamente, entonces, puede aceptarse una cierta correspondencia entre el simbolismo de los crepúsculos –matutino y vespertino– del ciclo diario, y del "sandhyâ", que designa el tránsito entre dos Yugas o ciclos menores del Manvántara. Puede aceptarse también analógicamente que a medida que los Yugas se encuentran más próximos en el tiempo al instante del comienzo del ciclo cósmico que los contiene, y por lo tanto más cercanos en el simbolismo espacial al Polo Norte como sede del poder espiritual y origen de la tradición primordial hiperbórea, tanto más extensos serán los crepúsculos de comienzo y fin del subciclo. Inversamente, cuanto más se alejen simbólicamente del Polo, tanto más corto será el "sandhyâ" de cada Yuga, crepúsculos que en todos los casos guardan la proporcionalidad pitagórica con la décima parte del respectivo Yuga. 

Así, para el Krita-Yuga (25.920 años), ambos crepúsculos suman 2.592 años (10%) en total, distribuidos en un amanecer y un anochecer de 1.296 años cada uno; en el Tretâ–Yuga (19440 años), tendrán 1.944 años en dos crepúsculos matutino y vespertino de 972 años cada uno; en el Dwâpara-Yuga (12.960 años) cubrirán 1.296 años en un alba y un atardecer de 648 años cada uno; y en el Kali-Yuga (6.480 años), el amanecer y el anochecer totalizarán 648 años, distribuidos en dos fracciones de 324 años. La suma de todos los crepúsculos matutinos y vespertinos detallados alcanza a 6.480 años (o sea un décimo del total del ciclo cósmico de 64.800 años, es decir medio "gran año" de los caldeos), y cualesquiera que fueren las comprobaciones que se desearen efectuar, se observará que subsiste permanentemente el ritmo inverso de la Tétratkys pitagórica y la proporcionalidad con los números cíclicos fundamentales que ya hemos tratado (25.920 – 12.960 – 4.320 – 360 – 108 – 72 – 54 – y otros más). 

Ahora bien, si tomamos cada Yuga por separado y le aplicamos el ritmo inverso de la Tétraktys pitagórica, buscando analógicamente identificar en cada uno de ellos algo así como sus respectivas "edades" o "subperíodos" de "oro", de "plata", de "bronce", y de "hierro", y resumimos en un cuadro los resultados que surgen del cálculo, y si además consignamos para cada "Yuga" sus correspondientes crepúsculos o "sandhyâ", obtenemos el panorama que detallaremos –Dios mediante– en la próxima parte. 

 
IV
Tal cual propusimos en el último párrafo de la 4ª Parte, III, articulamos seguidamente un cuadro que resume la división de nuestro "Manvántara", cuyos 64.800 años de duración se dividen en cuatro "Yugas", cada uno de los cuales –a su vez– es susceptible de ser fraccionado en cuatro "edades" en las que sus respectivas extensiones en el tiempo surgen de la aplicación del ritmo inverso de la Tetraktys pitagórica (10 = 4 + 3 + 2 + 1), en tanto sus correspondientes nombres son idénticos a los utilizados en la tradición greco–latina. 

En cuanto a lo que se relaciona con la duración de los respectivos "crepúsculos" (alboradas y anocheceres), consignamos en años las cifras para cada "sandhyâ", así como para cada uno de los Yugas. 
 

a) Krita-Yuga (25.920 años).  
  Edad:
Crepúsculos
   
Alborada
Anochecer
  de oro
2.592 x 4 =
10.368 años
1.296
  de plata
2.592 x 3 =
 7.776 años
  de bronce
2.592 x 2 =
 5.184 años
  de hierro
2.592 x 1 =
     2.592 años
    –    
1.296
25.920 años
2.592 años
 
b) Tretâ–Yuga (19440 años).  
  Edad:
Crepúsculos
   
Alborada
Anochecer
  de oro
1.944 x 4 =
7.776 años
972
  de plata
1.944 x 3 =
 5.832 años
  de bronce
1.944 x 2 =
 3.888 años
  de hierro
1.944 x 1 =
     1.944 años
   –   
972
19.440 años
1.944 años
 
a) Dwâpara-Yuga (12.960 años).  
  Edad:
Crepúsculos
   
Alborada
Anochecer
  de oro
1.296 x 4 =
5.184 años
648
  de plata
1.296 x 3 =
 3.888 años
  de bronce
1.296 x 2 =
 2.592 años
  de hierro
1.296 x 1 =
     1.296 años
   –   
648
12.960 años
1.296 años
 
d) Kali-Yuga (6.480 años).  
  Edad:
Crepúsculos
   
Alborada
Anochecer
  de oro
648 x 4 =
2.592 años
324
  de plata
648 x 3 =
 1.944 años
  de bronce
648 x 2 =
 1.296 años
  de hierro
648 x 1 =
     648 años
   –   
324
6.480 años
648 años
Notas: Destacamos en este apartado d) Kali-Yuga, los siguientes aspectos: 1.– Los 6.480 años de duración del Kali-Yuga constituyen ciertamente el tiempo que el punto vernal (equinoccio de primavera) insume en recorrer precesionalmente un cuadrante de 90º proyectado sobre el plano horizontal del ecuador solar. 2.– La aplicación del ritmo inverso de la tetraktys pitagórica para determinar en el Kali-Yuga las cuatro edades de la tradición greco-latina brinda –para cada una de ellas, y para la suma total– la décima parte de la duración de cada uno de los Yugas y de todo el Manvántara, así como porcentuales equivalentes (10%) para los "sandhyâ" totales de cada uno de los subciclos del Manvántara. 

Del análisis del panorama obtenido surge la comprobación de que luego de la disolución del Manvántara anterior, y el iniciarse nuestro ciclo actual, se produjo una alborada que constituyó el comienzo temporal del Krita-Yuga, y que en la finalización de este primer Yuga se presentó un anochecer que empalmó con el alba del Tretâ-Yuga, cuyo crepúsculo vespertino desembocó en el amanecer del Dwâpara-Yuga, cuyo anochecer se continuó con el amanecer del Kali-Yuga. El anochecer del ciclo –a su vez– termina en el instante mismo en que se produce el fin del tiempo y su conversión en espacio, o sea cuando se inicia el proceso de disolución del Manvántara, momento espacio–intemporal que el hombre no puede comprender ni mensurar, pero que cesa al ingresar el mundo terrestre en el espacio–tiempo de un nuevo Manvántara y en la alborada de su correspondiente Edad de Oro o Krita-Yuga. 

Pero las cosas no son demasiado sencillas en la compleja doctrina hindú relativa a los ciclos cósmicos de la humanidad. Hemos transcripto con anterioridad expresiones de René Guénon en el sentido de que "todo desarrollo cíclico, es decir, en suma, todo proceso de manifestación, al implicar necesariamente un alejamiento gradual del principio, constituye en efecto y con toda certeza un "descenso", el cual es también por lo demás el sentido de la "caída" en la tradición "judeo–cristiana". Mas considerar que el proceso de manifestación cíclica se desarrolla "siguiendo una línea recta, según un único sentido y sin oscilaciones de ninguna especie", es algo demasiado simple y esquemático; la realidad es por cierto más complicada. En efecto, en todas estas cosas es prudente contemplar dos tendencias opuestas, una descendente y otra ascendente, o si se quiere presentarlas de otro modo, una centrífuga y otra centrípeta. Del predominio de una u otra de estas tendencias provienen dos períodos complementarios de la manifestación: uno, de alejamiento del principio; otro de retorno hacia ese principio; ambos son comparados frecuentemente en forma simbólica con los movimientos del corazón o con las dos fases de la respiración. No obstante que éstas son descriptas por lo común como sucesivas, en realidad hay que interpretar a las dos tendencias a las cuales corresponden estos dos aspectos, como actuando siempre simultáneamente aunque en proporciones diversas. Y a veces, en ciertos momentos críticos en los cuales la tendencia descendente aparenta hallarse a punto de imponerse definitivamente en la marcha del mundo, ocurre una acción especial que interviene para reforzar la tendencia contraria, de modo tal de restablecer un cierto equilibrio por lo menos relativo y adecuado a las posibilidades del momento, operándose así una recuperación o resurgimiento parcial, por cuyo intermedio el movimiento de caída puede aparecer detenido o neutralizado momentáneamente. Esto se relaciona con la función de "conservación divina" que –en la tradición hindú– está representada por Vishnú –el dios preservador– y particularmente por la doctrina de los "avatâras" o "descensos" del principio divino en el mundo manifestado. 

Señalemos que en nuestro actual Manvántara Vishnú efectúa diez descensos o "avatâras": cinco se produjeron en el Krita-Yuga (Matsya, el Pez; Kuma, la Tortuga; Varaha, el Jabalí; Nara-Shima, el Hombre-León; y Vamana, el Monje-Enano; dos descensos tuvieron lugar en el Tretâ–Yuga (Paraçu-Rama, y Rama-Chandra); uno en el Dwâpara-Yuga (Krishna, el Negro). Cada descenso tiene su simbolismo, su razón, y su leyenda. 

En cuanto a los descensos en el transcurso del Kali-Yuga, el noveno "avatâra" reconoce tres versiones: una, señala a Gautama Buda (563-483 a.C.), otra, al Budha Planetario (el Mercurio hindú, o Hermes Trismegisto), y la tercera, aceptada en no pocos medios hindúes y sostenida por René Guénon, expresa que el noveno descenso de la divinidad ("Mleccha Avatâra") es el Cristo. Esta afirmación de Guénon sobre el "Mleccha Avatâra" requiere algunos párrafos adicionales. 

Si consideramos cuál era en el Siglo I de nuestra época el estado del mundo occidental, esto es, el conjunto de países incluídos en el Imperio Romano, es muy sencillo caer en la cuenta de que si el Cristianismo no hubiera "descendido"al dominio exotérico, este mundo, en su conjunto, habría perdido muy pronto toda tradición, ya que las que existían hasta entonces, en particular la tradición greco–romana, y salvo una minoría espiritualmente muy desarrollada, habían llegado a una tan extremada degeneración y decadencia que indicaban que su ciclo de existencia se hallaba a punto de finalizar. 

El referido "descenso" no fue en absoluto un accidente o una desviación, y debemos por el contrario contemplarlo como dotado de una característica verdaderamente "providencial", ya que impidió a Occidente caer en aquella época en un estado que habría sido en suma comparable a aquel en el cual se encuentra actualmente inmerso. 

El momento en que debía producirse la pérdida general de la Tradición, tal como el que caracteriza propiamente a nuestro tiempo, no había por cierto llegado todavía al promediar el Siglo I. Era indispensable entonces que se produjera una recuperación, y solamente el Cristianismo podía por entonces lograrlo, a condición de renunciar al carácter esotérico y "reservado" que tenía en sus comienzos. El pasaje del esoterismo al exoterismo constituyó un real y profundo sacrificio, lo cual es por lo demás una verdad absoluta en todo "descenso" del espíritu divino. 

De tal manera. la "recuperación" no solamente fué beneficiosa para la humanidad occidental, lo cual es demasiado evidente como para insistir al respecto, sino que al mismo tiempo –tal como necesariamente ocurre en toda acción "providencial"interviniente en el curso de la historia– estuvo en un todo en perfecto acuerdo con las propias leyes cíclicas. 

Agreguemos que sería probablemente imposible asignar una fecha precisa al cambio mencionado, que hizo del Cristianismo una religión en el sentido propio del vocablo, y una forma tradicional dirigida a todos sin distinción. Pero es innegable que ello era ya un hecho consumado en la época del emperador Constantino y del Concilio de Nicea I (325), que no tuvo sino que "sancionarlo", si así puede decirse, inaugurando una era de formulaciones "dogmáticas"destinadas a constituir una "presentación" puramente exotérica de la doctrina.6 

El décimo "avatâra" sobrevendrá hacia el fin de nuestro Manvántara, y según la tradición hindú, Vishnú (Kalki, el Salvador) lo hará blandiendo una espada y montando un caballo blanco, color propio de la divinidad. 

Por su parte, la escatología islámica describe en un marco específicamente musulmán el descenso de Seyidna Aisa (el Cristo Glorioso de la Segunda Venida), precedido por El-Mahadî, duodécimo Imâm, que tendrá a su cargo la lucha con el Anticristo, recayendo en Cristo el privilegio de darle muerte. Buda Maitreya, cuyo mesianismo es reconocido en los textos iranio–orientales, y el Mashiaj (Mesías), corresponden al descenso del Principio Divino hacia el fin de los tiempos en las tradiciones budista y judía, respectivamente. 

Para el Cristianismo, el décimo descenso de la divinidad será la Segunda Venida del Cristo Solar, el Cristo Glorioso, o la Parusía. 

Pero en razón de que Dios posee innúmeros nombres, todos los Principios Divinos mencionados –Vishnú-Kalki, Seyidna Aisa, El-Mahadî, Hermes Trismegisto, Buda Maitreya, el Mashiaj, y Cristo, entre otros– constituirán un único descenso de la divinidad para presidir el Juicio Final de la humanidad terrestre correspondiente al presente Manvántara. 

 
V
El "SAMSÂRA"
El conjunto de la manifestación universal –frecuentemente designado en sánscrito con el vocablo "samsâra"– comporta una cantidad indefinida de ciclos, o sea de estados y grados de Existencia, de manera tal que cada uno de dichos ciclos, al finalizar la disolución exterior, no constituye en propiedad sino un momento del "samsâra". 

Por lo demás, y a fin de evitar cualquier equívoco, recordemos otra vez que el encadenamiento de estos ciclos es en realidad de orden causal y no sucesivo, y que las expresiones utilizadas al respecto por analogía con el orden temporal deben considerarse como exclusivamente analógicas. 

En términos de la tradición hindú, el tránsito de un mundo a otro es un "prálaya" (disolución), y el paso por el punto donde se unen los extremos de la cadena de mundos es un "mahâprálaya". Esto, por otra parte, sería aplicable también, analógicamente, a un grado de manifestación en particular si, en lugar de considerar los mundos con respecto a la totalidad de la manifestación, se observaran solamente las diversas modalidades de un mismo mundo con respecto a la totalidad de éste. En otros términos, digamos que, analógicamente, en un Kalpa considerado aisladamente puede existir un "prálaya" entre un Manvántara y el que le sigue, así como un "mahâprálaya" entre el fin del Kalpa observado y el que le siguiere, y que –como ya dijimos– en la totalidad de la manifestación existirá un "prálaya" entre un Kalpa y el siguiente, y un "mahâprálaya" al llegar la manifestación al punto donde se cierra la cadena de los mundos. 

Regresando ahora a nuestro relato de las aproximaciones sobre la disolución, digamos que "la destrucción de toda verdadera jerarquía" caracteriza al último período del Kali-Yuga. El ciclo cósmico–histórico, iniciado a un nivel superior al primero de la escala de la diferenciación jerárquica, debe culminar –a través de un descenso gradual– en un nivel aún inferior al último de la citada escala inicial de diferenciación, ya que existen dos maneras opuestas de ubicarse fuera de las jerarquías en su conjunto: se puede estar colocado más allá o más acá, por encima de la más alta, o por debajo de la más baja, y si el primero de los dos casos era normalmente el de los hombres a comienzos del Manvántara, el segundo será el que tendrá la inmensa mayoría en su fase final. Se observan ya desde hace no pocos años atrás indicios suficientemente precisos como para tornar inútil detenernos más en estos aspectos, pues a menos de estar completamente cegados por ciertos prejuicios o resentimientos, nadie puede negar que la tendencia a nivelar hacia abajo es una de las características más notables de la época actual. 

Se podría sin embargo objetar que si el fin del ciclo debe necesariamente coincidir (analógicamente) con el comienzo de otro, ¿cómo puede ser posible que el punto más bajo pueda encontrarse con el más elevado? Al respecto, es necesario señalar muy bien que el "restablecimiento" por el cual se opera el retorno del punto más bajo al punto más alto es propiamente "instantáneo", es decir, en realidad, "intemporal", o mejor aún, para no limitarnos a la consideración de condiciones especiales de nuestro mundo, "fuera de toda duración", lo cual implica un pasaje o estadía por el "no manifestado", o sea por el momento espacio–intemporal que cesa cuando nuestro mundo terrestre ingresa nuevamente en el espacio–tiempo de un nuevo ciclo y en la alborada de una nueva "Edad de Oro" o "Krita-Yuga", tal como lo hemos explicado oportunamente. 

Si así no fuere, el origen y el fin no podrían coincidir en el Principio si se trata de la totalidad de la manifestación, ni corresponderse si sólo se consideran los ciclos particulares. En razón de la "instantaneidad" de tal pasaje, en realidad no se produce ninguna solución de continuidad, pero como el pasaje aludido se sitúa en lo intemporal no existe manera alguna de investigarlo desde el exterior. Aquí, el intervalo o "sandhyâ" que según la tradición hindú existe entre dos ciclos o entre dos estados de manifestación, sólo se encuentra en el espacio, esto es, fuera del tiempo, razón por la cual no debe ser confundido con el crepúsculo o "sandhyâ" final del Kali-Yuga, que es temporal e inmediatamente anterior a este "sandhyâ" intemporal. 

Por lo demás, para la restauración del "estado primordial" se hace necesaria la intervención inmediata de un principio trascendente, en cuya ausencia nada podría ser salvado, desvaneciéndose el "cosmos" en el "caos". Un restablecimiento deberá pues operarse, el que no será posible sino precisamente cuando es alcanzado el punto más bajo, lo cual se relaciona especialmente con el secreto de la "inversión de los polos". 

Ese punto más bajo aparece como "el fin de los tiempos" (cuando el tiempo se transmuta en espacio, y la sucesión temporal en simultaneidad espacial), siendo entonces cuando según la tradición hindú los "doce soles" habrán de brillar simbólicamente en forma simultánea, ya que el tiempo, al ser medido efectivamente por el paso de nuestro planeta frente a las doce constelaciones zodiacales –constituyendo así el ciclo anual– al haberse detenido en el tiempo el movimiento de traslación de la Tierra sobre su órbita alrededor del Sol, tales "doce Soles", que son otras tantas manifestaciones de una esencia única e indivisible, aparecerán todos simultáneamente al fin del ciclo, puesto que no difieren más que respecto a la manifestación cíclica, que por entonces habrá acabado. Pero sólo la leyenda de los "doce soles" o "Adityas", es decir emanados de Aditi –madre de todos los dioses según el "Rig–Véda"– aclara la incógnita: Aditi es la personificación de lo infinito, en especial de la inmensidad del Cielo, por oposición a la limitación de la Tierra. También se le supone la representante misma y única de la Naturaleza o Ser Universal que lo contiene todo. Los hijos de Aditi se conocen con el nombre de "Adityas", que son doce: Mitra – Dhatri – Aryaman – Rudra – Varuna – Surya – Bhaga – Vivaswat (de quien emanó Vaiváswata, "Manu" del ciclo actual) – Pushan – Savitri – Twashtri – Vishnú, que son otras tantas manifestaciones de una esencia única e indivisible. Los "Adityas" están formados por la luz celestial y no coinciden en absoluto con ninguna de las formas en que la luz se manifiesta en el Universo. No son ni el Sol, ni la Luna, ni las estrellas, ni el alborear, sino los sustentadores eternos de esa vida luminosa detrás de este fenómeno: son los dioses de la Luz. 

Después de haberse producido la detención en el tiempo del movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol y luego del paso intemporal al que nos hemos referido repetidas veces, se producirá en el mundo sensible la reaparición del "Paraíso Terrestre" (Edad de Oro ó Krita-Yuga), desde el cual se podrá comprobar la presencia de "un cielo nuevo y una tierra nueva" en virtud de haberse producido el comienzo de otro y nuevo "Manvántara", y de otra y nueva humanidad terrestre. 

Encontramos en el Apocalipsis, IV, "La Jerusalén futura", algunos versículos del Capítulo 21, que creemos necesario analizar. Dice textualmente el Versículo 1: "Luego ví un cielo nuevo y una tierra nueva –porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya". (Los subrayados son nuestros). 

Comprobamos aquí la profecía Johánnica de la disolución del mundo luego del fin del actual ciclo, pues "el primer cielo y la primera tierra desaparecieron", cielo y tierra que para la descendencia de Adán y Eva –o sea la actual humanidad terrestre– son obviamente el cielo y la tierra de nuestro mundo de hoy día, pues otros no ha conocido. La referencia del versículo "y el mar no existe ya"– implica en nuestra opinión una alusión directa a las aguas cataclísmicas del "diluvio", del "prálaya", que ya se han dividido, apareciendo como otrora el suelo seco ("Génesis": Capítulo 1, Versículos 1 a 10). 

Mircea Eliade, sintetizando las valencias metafísicas y religiosas de las aguas, expresa: "Cualquiera que sea el conjunto religioso en que se presenten, la función de las aguas se muestra siempre igual: desintegran, realizando la abolición de las formas, "lavan los pecados", purificando y regenerando al mismo tiempo. Su destino es preceder a la creación y reabsorberla, no pudiendo exceder nunca su propia modalidad, es decir, no pudiendo manifestarse en formas. Las aguas no pueden rebasar la condición de lo virtual, de los gérmenes y de las latencias. Todo lo que es forma se manifiesta por encima de las aguas, desprendiéndose de las aguas. Recíprocamente, apenas desprendida de las aguas, dejando de ser virtual, toda "forma" cae bajo la ley del tiempo y de la vida; adquiere límites, conoce la historia, participa en el devenir universal, se corrompe y termina por vaciarse de su sustancia, si es que no se regenera por inmersiones periódicas en las aguas, sino se repite el "diluvio" seguido por la "cosmogonía".7 

Señalemos por nuestra parte que prácticamente todo lo que sigue a continuación del Versículo 10 del Capítulo 1 de "Génesis", hasta el Apocalipsis del Apóstol Juan, no hace sino atestiguar la justeza de los conceptos de Mircea Eliade que hemos transcripto precedentemente. Y el Versículo 2 del Capítulo 21 del Apocalipsis nos confirma que todo lo que es forma se manifiesta por encima de las aguas, desprendiéndose de las mismas: "Y ví la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, . . .". Aquí, el Apóstol Juan designa con el nombre de "la nueva Jerusalén" a la nueva Edad de Oro que llega: "El mundo viejo ha pasado. (. . .); "ha sido hecho un mundo nuevo" (Versículos 4 y 5). 

Volviendo una vez más a las aproximaciones sobre la disolución –de la que nos hemos apartado momentáneamente con las precedentes reflexiones– digamos que la "inversión de los polos", o sea "el día en que los astros se levantarán por Occidente y se pondrán por Oriente", se refiere al hecho de que el movimiento de rotación terrestre sobre el eje polar, según se observare de un lado u otro del planeta, aparentaría efectuarse en dos sentidos contrarios, a pesar de no ser en realidad más que el mismo movimiento que se continúa desde otro punto de vista, correspondiendo así, analógica y simbólicamente, a la trayectoria de un nuevo ciclo. 

El restablecimiento a que hemos aludido algo más arriba deberá ser preparadoaún abiertamente– antes del fin del ciclo actual, pero solamente lo podrá realizar aquél que reuniendo en sí los poderes del Cielo y de la Tierra, los de Oriente y Occidente, manifieste visiblemente tanto en el dominio del conocimiento cuanto en el de la acción, el doble poder espiritual y temporal conservado a través de los tiempos en la integridad de su Principio Unico por los ocultos depositarios y poseedores de la Tradición Primordial. 

Sería vano por lo demás pretender saber desde ahora cuando y cómo se producirá una tal manifestación, la que sin duda será muy diferente a todo lo que al respecto podría imaginarse. Los "misterios del Polo" (del Adi–Manu hindú, del Dios judeo–cristiano, y del Qutb islámico) están con toda seguridad muy bien guardados, y nada podrá trascender antes de que el tiempo establecido haya llegado. Ello significa, de acuerdo con todas las tradiciones, que antes del fin de ciclo se ubica el reinado de Aquel que es esperado a la vez como Vishnú–Kalki, Seyidna Aïsa, El–Mahadî, Buda Maitreya, el Mesías (Mashiaj), Cristo, Quetzacóatl, Viracocha, Enoch–Elías o Hermes Trismegisto.8 

 
VI
El final de ciclo
Llegados a este punto de nuestra investigación surge inevitablemente el interrogante: ¿dónde estamos, cíclicamente hablando? 

Creemos –por todos los antecedentes expuestos– que ya nos es posible deducir sin gran esfuerzo la siguiente conclusión: desde hace un largo tiempo nos hallamos en el "Kali-Yuga", o sea en la situación cíclica terminal que la tradición greco–latina designa con el nombre de "Edad de Hierro". 

Incluso y sin temor a errar burdamente– podemos afirmar que nos encontramos realmente en una fase muy avanzada de aquella, de la cual los antecedentes brindados hasta ahora responden de la manera más sobrecogedora a la actualidad. ¿No hemos llegado acaso –dice René Guénon– a esa época temible anunciada por los libros sagrados de la India, en la que las castas se mezclarán, en que la familia no existirá más? Sólo basta lanzar una mirada en derredor de uno mismo para convencerse que tal estado es realmente el del mundo actual, y para verificar por doquier esa degradación que el Evangelio llama "la abominación de la desolación" (Mateo 24, 15), y que hoy en día podemos comprobar en toda su crudeza. "No hay que engañarse sobre la gravedad de la situación: conviene apreciarla tal cual es, sin ningún optimismo, pero también sin ningún pesimismo, puesto que el fin del antiguo mundo será también el comienzo de un mundo nuevo".9 

La civilización moderna, como todas las cosas, tiene su razón de ser, y si ella es realmente la que culminará el ciclo, puede afirmarse que ha llegado en su tiempo y lugar. Pero no podrá menos de ser juzgada según las palabras evangélicas a menudo tan mal interpretadas: "¡Ay del mundo por los escándalos!. Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquél hombre por quien el escándalo viene!". (Mateo, Capítulo 18, Versículo 7). 

Tal como hemos expresado en nuestra investigación, en el año 1937 René Guénon suministró a la opinión pública los primeros elementos de juicio coherentes de base astronómica cierta, referidos a la compleja doctrina de los ciclos cósmicos de la humanidad terrestre, según la concepción hindú. Su descripción, en forma de "aproximaciones", fué complementada expresamente con referencias a otras concepciones afines derivadas de sucesivas reelaboraciones de la Tradición Primordial hiperbórea, producidas a lo largo de un variado número de milenios, tales como la celta, caldea, egipcia, persa pre–islámica, hebrea, islámica, y mesoamericana, entre otras. En sus "aproximaciones", Guénon suponía –como hipótesis de trabajo– que el presente ciclo de la humanidad se prolongaría todavía durante un cierto tiempo, cualquiera que fuere el destino reservado al mundo occidental. 

Tal actitud resultaba indispensable para no contribuir al desorden generalizado, y para brindar una posibilidad de actualizarse a todas aquellas virtualidades que la conciencia tradicional occidental todavía detentaba. Aun cuando para no pocas de dichas latencias una materialización de alcances generales estaba de antemano excluída, el provecho que los occidentales podían extraer a título individual constituiría una adquisición inalienable. 

Pero la aceleración incesantemente creciente del proceso de "caída" cíclica permite desde no hace poco tiempo ubicar el destino de Occidente (y del resto de la humanidad) en una perspectiva propiamente escatológica, cosa que René Guénon no podía hacer todavía, explícita y públicamente, pese a que desde el principio se hallaba en posesión de antecedentes y datos cíclicos que le permitían determinar con el máximo de precisión la cronología del "fin de los tiempos", y que únicamente imperativos de prudencia y reserva tradicionales le aconsejaban por entonces no exponer.10 

Sin embargo, a lo largo de su obra, René Guénon brindó "discretamente" elementos de juicio ("llaves"o "claves") que permitían adquirir una exacta conciencia de la inminencia del mencionado "fin de los tiempos". El elemento de juicio fundamental suministrado por René Guénon estaba constituido por el hecho de que el cataclismo que puso fin a la civilización de Atlántida parece ser tuvo lugar 7.200 años antes del año 720 del "Kali-Yuga", año éste que constituye el punto de partida de una "Era" conocida, cual es la "Era Hebrea". Esta "Era" se inició en el año 3.760 antes de Cristo, de donde se infiere que el año 1 del "Kali-Yuga" es el que surge de sumar 720 al año de iniciación de la "Era Hebrea", o sea que el "Kali-Yuga" habría comenzado en el año 4.480 antes de Cristo (3.760 + 720 = 4.480). 

En consecuencia, el cataclismo que terminó con Atlántida se habría producido –en principio– 7.200 años antes del año 3.760 a. C., o sea alrededor del año 10.960 antes de Cristo, época que coincide notablemente con el proceso final de la glaciación Würm (75.000 a 10.000 a.C.) y el hundimiento progresivamente acelerado de la cordillera Centro–Atlántica, sus cordilleras menores laterales, y partes de algunos grandes archipiélagos atlánticos –hoy sumergidos en su mayor parte– sobre cuyo conjunto se asentaba en gran proporción el imperio atlante. 

Ahora bien, habida cuenta de que el "Kali-Yuga" tiene según la tradición hindú una duración de 6.480 años, surge como conclusión que nuestro Manvántara llegaría presumiblemente a su fin a partir de los próximos ocho años (6.480 – 4.480 = 2.000), según el cuadro que se inserta unos renglones más abajo. 

Establecida entonces teóricamente la oportunidad del posible fin del actual Manvántara, surge para cada uno de los "Yugas" o "Edades" la siguiente datación y cronología: 
 

  Krita-Yuga (Edad de Oro)
25.920 años
62.800 a.C. a 36.880 a.C.
  Tretâ-Yuga (Edad de Plata)
19.440 años
36.880 a.C. a 17.440 a.C.
  Dwâpara-Yuga (Edad de Bronce)
12.960 años
17.440 a.C. a   4.480 a.C.
  Kali-Yuga (Edad de Hierro)
  6.480 años
  4.480 a.C. a   2.000 d.C.
  Duración del Manvántara
64.800 años
 
62.800 años antes de Cristo más 2.000 años después de Cristo:
64.800 años
 
Cronología del Kali-Yuga:  
  Edad:
Sandhyâ
  de Oro
4.480 a.C. a 1.888 a.C.
4.480 a.C./ 4.156 a.C.
  de Plata
1.888 a.C. a      56 d.C.
  de Bronce
     56 d.C. a 1.352 d.C.
  de Hierro
1.352 d.C. a 2.000 d.C.
1.676 d.C./ 2.000 d.C.
En cuanto se refiere al "Kali-Yuga" en el cual estamos sumergidos, digamos que desde el año 1.676 d.C. nos hallamos en el crepúsculo final de nuestro ciclo cósmico –último Manvántara de la primera serie septenal del actual "Kalpa". 

Hemos expresado antes que el término del Manvántara se produce teóricamente en el año 2.000, y el vocablo adquiere particular significación ya que es indispensable tener en cuenta que el final de un ciclo cósmico está rodeado de una cierta indeterminación, atestiguada además en los libros sagrados: "Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Marcos, Capítulo 13, Versículo 32; Mateo, Capítulo 24, Versículo 36); "A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad (...). (Hechos de los Apóstoles", Capítulo 1, Versículos 6 a 8). También el Corán lo expresa con análoga vehemencia: "Los hombres te interrogarán a propósito de la Hora (del Juicio Final). Diles: El conocimiento de esto tan sólo Alá lo tiene. ¿Quién podría pues, hacerte saber si esta Hora no está ya próxima? (Sura XXXIII, Versículo 63). Pero para conjurar vanos pavores, esas angustias que suscita la época presente, es oportuno recordar con Guénon que "si se pretende alcanzar la realidad de orden más profundo, es posible afirmar con todo énfasis que el 'fin de un mundo' no es nunca y no podría ser otra cosa más que el fin de una ilusión". 

No obstante, y para aquellos seres propensos al abatimiento y la desesperanza, digamos que, en un célebre "hadîth", el Profeta declaró: 

"Si no le quedare al mundo más que tan sólo un día de existencia, Dios prolongaría ese día hasta que se manifieste un hombre de mi posteridad, cuyo nombre será mi nombre y su sobrenombre mi sobrenombre; él colmará la Tierra de armonía y justicia, tal como aquélla lo estuvo hasta entonces llena de violencia y opresión". 

Ese día que se prolonga es aquel período del tiempo de ocultación, y este anuncio explícito ha propagado su eco a todas las edades y a todos los grados de la conciencia "shiîta". Lo que han percibido aquellos hombres dotados de aguda inteligencia es que el advenimiento del Imâm esperado, El–Mahadî, manifestará el sentido oculto de todas las Revelaciones. Ello constituirá el triunfo de la hermenéutica, que permitirá a la raza humana encontrar su unidad, del mismo modo que durante el tiempo de la ocultación el esoterismo habrá guardado el secreto del único y verdadero ecumenismo. El Imâm oculto –El Mahadî– no aparecerá antes de que seamos capaces de comprender el sentido esotérico de la Unidad Divina. 

Y comprobaremos entonces que Vishnú–Kalki, Buda Maitreya (el Mesías búdico), Mashiaj (el Mesías judío), Seyidna Aïsa (Cristo), y El–Mahadî (el 12º Imâm), y Hermes Trismegisto, Quetzacóatl, Viracocha, Enoc, Elías, etc., constituirán todos "un único descenso de la Divinidad para el Juicio Final" de la humanidad terrestre correspondiente al Manvántara que habrá culminado.


 
Quinta Parte y final

NOTAS
5 Nota: Los vocablos "aparentemente" y "aparentan" alertan en forma reiterada –a escala del Sistema Solar– sobre el hecho real de que no son ni el Sol ni las estrellas las que giran, sino el planeta Tierra.
6 Ver la obra de René Guénon titulada Aperçus sur l'ésoterisme chrétien. Editions Traditionnelles. París 1977, cap. II, "Cristianismo e iniciación".
7 Mircea Eliade: Tratado de historia de las religiones. Ediciones Era SA. México 1975, cap. V: "Las aguas y el simbolismo acuático" p. 200.
8 Véase nota 2 acerca de las citas de Guénon. (N. e.).
9 René Guénon: Formes Traditionnelles et Cycles Cosmiques. Gallimard, París 1970, pág. 24.
10 Id: La crise du monde moderne. Gallimard, París 1946, capítulo V, pág. 33.
 
   

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