CICLOS COSMICOS DE LA HUMANIDAD
MANRIQUE MIGUEL MOM (†)
QUINTA PARTE
APROXIMACIONES A LA TRADICION HEBREA
I
La tradición hebrea –dice René Guénon– es esencialmente "abrahámica", o sea de origen caldeo ("kalde").11 Las sucesivas readaptaciones realizadas ulteriormente por Moisés –y mucho más tarde por Salomón y Esdras– pudieron sin duda, a causa de múltiples circunstancias de lugares y tiempos, adecuar no pocos elementos egipcios de origen "atlántide" ("céltidas" y de otros pueblos cromagnones atlánticos), así como también provenientes de varios grupos humanos con los cuales los hebreos mantuvieron relaciones prolongadas –a veces pacíficas– como en el caso de los filisteos, o bien los fenicios y otros pueblos, cananeos o no. 

Pero tales adaptaciones –añade Guénon– no podrían haber tenido como efecto apartar la tradición abrahámica–caldeo–atlántida de su orientación, para transportarla hacia direcciones extrañas al pueblo para el que estaba destinada, y en el idioma del cual debía ser formulada. 

Por otra parte –sostiene Guénon– a partir del momento en que se reconoce la comunidad de origen y de fondo de todas las doctrinas tradicionales, la comprobación de ciertas similitudes no trae aparejada en modo alguno la existencia de una filiación directa de éstas entre sí. 

Sabemos que el origen primero de la tradición, y por consiguiente de toda civilización fué en realidad hiperbóreo, y no oriental ni occidental. Es muy cierto que la tradición egipcia reconoce su propio origen en la Atlántida y en las civilizaciones cromagnones atlánticas,12 lo que por supuesto no significa que aquellas y éstas fueren las sedes de la tradición primordial, sino tan solo subsedes occidentales. 

Pero Atlántida no fué la única subsede, ya que el pueblo caldeo constituye otra, por cierto oriental con respecto a Egipto. Si la sede principal es así la misma ("hiperbórea"), las diferencias entre las formas egipcia y caldea, así como sus semejanzas y correspondencias, fueron posiblemente determinadas por el encuentro recíproco de ambas, una proveniente de Occidente, y otra de Oriente, en forma respectiva. Y ambas pudieron complementarse en grados diversos de prevalencias particulares en el ámbito de los pueblos del Próximo Oriente, especialmente en las tierras de Canaán, zona de encuentro de las corrientes tradicionales caldeas y céltidas. 

Canaán, nombre por el cual fué conocido durante muchos siglos por egipcios y babilonios el territorio situado entre el río Jordán y la costa, recibió su nombre de los predecesores de los hebreos.13 Ambos, cananeos y hebreos pertenecían a la gran familia más tarde denominada "semítica"; había, por consiguiente, una gran similitud entre sus idiomas y sus costumbres respectivas, similitud que se extendía a sus vecinos los fenicios, sirios, amorritas, edomitas, madianitas, moabitas y amonitas, tanto como a los pueblos más conocidos de Babilonia y Asiria. 

Se cree que los cananeos emigraron del desierto de Arabia y fijaron su residencia en las tierras altas de Canaán hacia el año 2.000 antes de Cristo. Arrojaron de allí o esclavizaron a los anteriores habitantes y, con el transcurso del tiempo llegaron a desarrollar un alto grado de civilización. Vivían en ciudades amuralladas, cada una gobernada por un rey, formando una ciudad–estado independiente. Pero estos reyes eran generalmente vasallos de monarcas más poderosos que regían las tierras del Nilo o las del Eúfrates, para quienes la posesión de Canaán tenía una gran importancia política y económica. 

Los cananeos eran un pueblo rico y próspero y su civilización debía mucho a la de los países con los que entraban en contacto. Babilonia es un claro ejemplo de lo expuesto, pues su influencia sobre los cananeos puede advertirse fácilmente en sus leyes, en sus leyendas, y en su escritura. La comunicación entre reyes o príncipes cananeos y sus señores babilonios y egipcios era fácil y regular; los mensajeros iban y venían constantemente llevando cartas escritas usando la grafía cuneiforme babilónica sobre tabletas de arcilla cocida al Sol, o bien recurriendo a través de escribas a los caracteres jeroglíficos sobre papiro. 

En 1887 se descubrieron cerca de trescientas de estas cartas en Tell-al-Amarna, la capital egipcia fundada por Akhenatón (Amenofis IV). Estas cartas arrojaron mucha luz sobre la condición de Canaán a mediados del Siglo XV a.C., es decir, entre 1.463 y 1.432 a.C. Los reyes locales peleaban unos con otros, y los jefes egipcios destacados en la zona no lograban mantener el orden. Los hititas –pueblo ariohablante muy civilizado– se apoderaron de los distritos del Norte de Canaán, en tanto el territorio meridional y central era invadido por las tribus nómades del desierto, a las que el gobernador de la región llama "habirus", o sea "hebreos". Estos grupos hebreos fueron muy verosímilmente aquellos que abandonaron la zona de Goshén en Egipto, antes del éxodo conducido por Moisés. 

Puede comprobarse a través de lo expuesto hasta aquí que –no mediando presiones intelectuales y religiosas– atribuir preponderantemente al influjo caldeo la formulación de la tradición hebrea, configura ubicarse en una posición que no es en absoluto la verdadera, pues el aporte caldeo –esto es el de raíz hiperbórea–, cuanto el de los egipcios –o sea de origen atlántico (céltida)– así como el de los fenicios, filisteos, hititas, cananeos, sumerios, babilonios y asirios, en general, contribuyeron a dar forma a la tradición del pueblo hebreo. Destacamos que los hititas constituyeron un pueblo muy cultivado, de raigambre hiperbórea. 

Cuando los pueblos hiperbóreos se vieron obligados a abandonar las zonas circumpolares arrasadas por la llegada del equivalente asiático de la glaciación "Würm" (75.000 a 10.000/8.000 a.C.) emigraron hacia el Sud, atravesaron diferentes regiones de Asia Central, y se instalaron finalmente en los valles del Mar Caspio ("Rengha"), del Mar de Aral (Lago "Oxo"), y de sus afluentes, los ríos Amu-Darja ("Oxus") y Syr-Darja ("Iaxartes"), así como también –algo más tarde– en la región del Indo ("Sind"), que desagua en el mar de Arabia, regiones a partir de las cuales emigraron nuevamente –en el amanecer de los tiempos históricos– los arios védicos hacia el Sudeste, y los arios avésticos hacia el Sudoeste. 

Otros pueblos hiperbóreos, merced a que la glaciación no afectó mayormente las llanuras de Siberia Occidental, ni tampoco la zona abarcada desde la desembocadura del río Lena hasta el borde occidental de la Estepa de los Kazakos, emigraron –entre otras direcciones– desbordando el extremo Sud de los Montes Urales y, por el Norte de los mares Caspio y Negro, marcharon hacia Occidente. Simultáneamente –o muy poco más tarde– el éxodo de los pueblos hiperbóreos ariohablantes se extendió por toda el área del Mar Negro y más allá del ámbito del Egeo, los Balcanes, Centroeuropa y el área báltica, y Rusia Central. Naturalmente, el éxodo alcanzó también los territorios del Próximo Oriente y el Asia Menor. Algunos pueblos ariohablantes irrumpieron en el área mesopotámica a partir de la meseta irania: tal fue el caso de los mitanios, kasitas y hurritas, en tanto los hititas y luvianos, también ariohablantes, lo hicieron desde el Noroeste, a través de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. 

Los invasores eran portadores de la cultura "Kurgan" (o de los "Túmulos Funerarios"), potente y duradera cultura eurásica de raíces hiperbóreas que causó cambios locales en la prehistoria de Europa y del Próximo Oriente. A través de los pueblos que irrumpieron de tal manera, la mayor parte de Europa y algunas amplias comarcas del Próximo Oriente fueron gradualmente indoeuropeizándose o arianizándose, respectivamente. Parece ser una hipótesis aceptable la que sostiene que durante el cuarto y el tercer milenio, y principios del segundo milenio antes de Cristo, los pueblos ariohablantes consiguieron transformar los moldes culturales de una gran parte del Próximo Oriente, Asia Menor más Europa y, probablemente, convertir cierto número de las poblaciones locales en ariohablantes o, al menos, en hablantes del indoeuropeo. 

En el tercer milenio antes de Cristo, una de las manifestaciones de la expansión de la cultura "Kurgan" –denominada "Kurgan III"– se orientó por el Oeste del Mar Caspio y el Este del Mar Negro, en dirección a los territorios situados inmediatamente al Norte y Sud de los Montes del Cáucaso (Ciscaucasia y Transcaucasia, respectivamente) –cuyo franqueo a través de montes y valles no habrá sido ciertamente una operación sencilla– para reunirse en una amplia zona sita en los territorios que hoy constituyen Georgia, Armenia, Azerbaiján, y el Norte y Nordeste de Siria. La zona de asentamiento elegida por los hiperbóreos recién llegados estaba protegida hacia el Sud por una barrera montañosa difícilmente franqueable: los Montes del Kurdistán. Pero más al Norte de esta barrera, alrededor del Lago Van, se extiende una altiplanicie situada a unos 1.700 metros sobre el nivel del mar, cuyos recursos materiales y posibilidades económicas iban a permitir la instalación y posterior expansión de una civilización fuerte y floreciente: el reino de Urartu. La configuración geográfica de este territorio parece separarlo del mundo mesopotámico. En efecto, en el mapa físico y en el de los intercambios humanos, dicho conjunto se encuentra inserto según un enorme eje que va muy aproximadamente de Norte a Sud, materializado por la dirección general de los dos grandes ríos –Tigris y Eúfrates– así como por la orientación de los montes Zagros que los bordean. Pero, a partir del Lago Urmia, la estructura montañosa se inflexiona en una nueva dirección –Este a Oeste– según la cual se ordenan en Armenia los plegamientos, las llanuras, y los valles. Esta orientación determina la expansión natural del país: sus habitantes intentarán salir –por occidente– más allá o muy próximos a los nacientes de los cursos superiores del Tigris y del Eúfrates, hacia Siria y el Mediterráneo, y –por oriente– en dirección a la meseta iraní. 

Hacia el 2.500/2.300 a.C., una parte menor de la aludida expresión de la cultura "Kurgan III", integrada en su gran mayoría por pueblos ariohablantes, se puso en movimiento en busca de los territorios que hoy constituyen el Norte y Oeste de Siria, Fenicia y el Líbano, en una especie de maniobra de exploración y reconocimiento ofensivo, en pos de información sobre territorios lindantes con el Mediterráneo, pueblos y riquezas, y posibilidades de establecer relaciones comerciales y políticas. Simultáneamente, otra columna se orientó hacia el Sudeste, a lo largo del cauce del Eúfrates, en busca de un objetivo asaz restringido, cual era el de intentar contactos pacíficos con los pueblos que ocupaban la más tarde denominada "mesopotamia". 

Otro numeroso grupo de la cultura "Kurgan III" había continuado su penetración hacia Occidente por el Norte del Mar Negro, para luego de haberlo superado desprender una nutrida rama que irrumpió en el Asia Menor desde el Oeste a través del Bósforo y los Dardanelos, dividiéndose luego en dos columnas, la del Norte (hititas) se orientó hacia el Levante, y la del Sud (luvianos), lo hizo en dirección al "fondo" del Mediterráneo.14,15 
 

ABRAHAM
Abraham nació en Ur de Caldea (Ur-Casdim) hacia el año 2.160 a.C., hijo de Teráj o Tharé, quien se había desempañado otrora como alto oficial de los ejércitos babilonios. Acompañaban a Teráj o Tharé su nieto Lot, hijo de Harám, hermano de Abraham. No se sabe muy bien por qué razones, cuando murió Harán, Teráj o Tharé –con toda su familia– emigró hacia una región situada en la parte Oeste del más tarde reino de Urartu, estableciéndose en Harán, al Norte del Eúfrates, a unos 350 kilómetros al Sudoeste del Lago Van. Una tradición referida por Nicolás de Damasco dice que Abraham reinó en Damasco, y que era un extranjero que vino con un ejército desde un país situado al Norte de Babilonia, llamado Tierra de los Caldeos, y que después de un largo tiempo reunió a su pueblo y partió hacia una región denominada Tierras de Canaán. Desde entonces, Abraham se erigió en jefe de las tribus nómadas "habiru" –de origen semítico– pero que habían llegado a esos lugares con mucha antelación, estableciéndose con sus tiendas en el encinar de Mambré, al Oeste del Mar Salado (Mar Muerto). 

Aconteció por entonces que Amrafael, rey de Sinar, forjó una alianza con otros reyes locales, entre ellos Tidal, rey de Goyem, y Kedorlaomer, rey de Elam, y se lanzaron a la conquista de las tierras próximas al Mar Salado, derrotando a las fuerzas locales, apoderándose de todos sus bienes y tomando prisionero a Lot, sobrino de Abraham, para retirarse luego a sus dominios. Un evadido avisó a Abraham –que por entonces habitaba el encinar de Mambré– que Lot había sido cautivado, ante lo cual Abraham movilizó sus tropas y persiguió a Kedorlaomer y sus aliados y –atacándolos de noche– los derrotó y los persiguió hasta el Norte de Damasco, recuperando la hacienda robada, a su sobrino Lot, a las mujeres, y a toda la gente. (Génesis 14, Versículos 1 a 16). 

A su regreso después de batir a Kedorlaomer y sus aliados, se produce un episodio crucial que el texto bíblico cita con extraña brevedad, y cuya exégesis aparentaría querer diluir el grandioso simbolismo que encierra el acontecimiento: el encuentro de Abraham con Melquisedek ó Melki-Tsedek (Génesis 14, Versículos 17 a 20). Este episodio, analizado a fondo por René Guénon, nos permite comprobar fehacientemente el origen básicamente "hiperbóreo" de la tradición hebrea.16 
 

MELQUISEDEK
El nombre Melquisedek, o más propiamente Melki-Tsedek, no es otro que el apelativo bajo el cual la función misma del "Rey del Mundo" se encuentra expresamente designada en la tradición judeo–cristiana. "Hemos dudado un poco –dice René Guénon– en enunciar este hecho, que comporta la explicación de uno de los pasajes más enigmáticos de la Biblia hebrea", pero desde el momento en el cual se decidió tratar este interrogante del "Rey del Mundo", le fué imposible guardarlo en silencio. Podríamos aquí –expresa Guénon– retomar las palabras que sobre el tema escribió San Pablo: "Tenemos –a este respecto– muchas cosas para expresar y cosas difíciles de explicar dado que vosotros os habéis tornado lerdos para comprender". (Epístola a los Hebreos III, Capítulo 5, Versículo 11). 

He aquí ante todo el texto mismo del pasaje bíblico del cual se trata: "Entonces, Melki-Tsedek, rey de Salem, presentó pan y vino,17 pues era sacerdote de Dios Altísimo ("El-Elión"). Y bendijo a Abraham, diciendo: "Bendito seas Abraham del Dios Altísimo, creador de los Cielos y de la Tierra; y bendito sea el Dios Altísimo que entregó a tus enemigos en tus manos". Y Abraham le dió el diezmo de todo lo que había tomado". (Génesis 14, Versículos 19 y 20). 

Melki-Tsedek es pues rey y sacerdote a la vez; su nombre significa "Rey de Justicia" y, al mismo tiempo "Rey de Salem", es decir, "de la Paz". Encontramos aquí –ante todo– la "Justicia" y la "Paz", es decir, precisamente los dos atributos fundamentales del "Rey del Mundo". Debe destacarse que la palabra "Salem" –contrariamente a la opinión común– jamás ha designado en realidad una ciudad, pero si se la toma como el nombre simbólico de la residencia de Melki-Tsedek, puede ser considerada como un equivalente al término "Agarttha", en la concepción hindú, residencia de Dios, en Todos Sus Nombres. En todo caso, constituye un error querer ver en "Salem" el nombre primitivo de Jerusalém, pues dicho nombre era "Jebús"; por el contrario, el de Jerusalém le fué dado a "Jebús" cuando los hebreos instalaron aquí un centro espiritual, para indicar que ella –a partir de entonces– constituiría algo así como una imagen de la verdadera Salem. Debe tomarse nota que el Templo fué edificado por Salomón, cuyo nombre ("Shlomoh"), derivado también de Salem, significa "El Pacífico". Corresponde señalar que la misma raíz se reencuentra asimismo en las palabras Islam y moslem (musulmán): la "sumisión" a la "Voluntad Divina" (en el sentido de la palabra Islam) es la condición necesaria de la "Paz". La idea aquí expuesta debe relacionarse con la del "Dharma" hindú, esto es, la designación del "Dharma-Rajá", que constituye con toda precisión el exacto equivalente del poder real de Melki-Tsedek. 

Veamos ahora los términos con los cuales San Pablo comenta lo que se ha expresado de Melki-Tsedek: "Este Melki-Tsedek, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que va al encuentro de Abraham cuando éste regresaba luego de derrotar a los reyes, que le bendice, y a quien Abraham ofrenda el diezmo de todo su botín; que ante todo –según el significado de su nombre– es rey de Justicia, luego rey de Salem, es decir rey de Paz, que no tiene padre, ni madre, ni genealogía, que su vida no tiene ni comienzo ni fin, pero que está hecho así a semejanza del Hijo de Dios, este Melki-Tsedek es y permanece sacerdote a perpetuidad". ("Epístola a los Hebreos" 7, Versículos 1 a 3). 

Ahora bien, Melki-Tsedek es representado como superior a Abraham, puesto que le bendice, siendo incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior, y –por su parte– Abraham reconoce dicha superioridad ya que le obla el diezmo, lo cual señala su dependencia. He aquí una verdadera "investidura", casi en el sentido feudal de esta palabra, pero con la diferencia de que acá se trata de una investidura espiritual. Podemos agregar –dice René Guénon– que así se materializa en los hechos el punto de confluencia de la tradición hebrea con la tradición primordial. 

La "bendición" a que nos hemos referido es propiamente la comunicación de una "influencia espiritual" de la que Abraham participará en adelante. Y es posible destacar que la fórmula empleada coloca a Abraham en relación directa con el "Dios Altísimo", que el propio Abraham invoca de inmediato identificándolo con Jehovah. (Génesis 14, Versículo 22). 

Si Melki-Tsedek es así superior a Abraham, es porque el "Altísimo" (Elión) que es el Dios de Melki-Tsedek, es en sí mismo superior al "Todopoderoso" o sea "Shaddai", que es el Dios de Abraham o, en otras palabras, que el primero de estos nombres –Elión– representa un aspecto divino más elevado que el segundo (Shaddai). Por otra parte, lo que resulta verdaderamente importante, y que al parecer no ha sido jamás destacado, es que "El-Elión" es el equivalente de "Emmanuel", ya que estos dos nombres tienen exactamente el mismo número, lo cual vincularía directamente la historia de Melki-Tsedek con la de los "Reyes Magos". 

En efecto, los tres misteriosos "Reyes Magos" no son nada menos que los tres jefes del "Agarttha" (residencia de Dios, en Todos Sus Nombres), donde el Mahâtmâ representa más especialmente el poder sacerdotal, y el Mahangâ el poder real, en tanto el Brahâtmâ tiene el carácter a la vez sacerdotal y real. 

Los tres Reyes Magos del Evangelio (Mateo 2, Versículos 1 a 12) aparecen como reuniendo en sí los dos poderes (real y sacerdotal). En la adoración de los Reyes Magos, el Mahangâ ofrece a Cristo oro y le saluda como "Rey" (pues el oro simboliza la Realeza); el Mahâtmâ le ofrece incienso y le saluda como "Sacerdote" (en razón de que el incienso simboliza a la Divinidad), en tanto el Brahâtmâ le saluda como "Profeta" o "Maestro espiritual" por excelencia, y le ofrece mirra (símbolo de la "Incorruptibilidad"). 

El homenaje así rendido al Cristo Naciente, en los tres mundos que son los dominios respectivos de los tres auténticos representantes de la Tradición Primordial es, asimismo y simultáneamente, digno de ser destacado con amplitud, pues configura el mejor testimonio de la perfecta ortodoxia del Cristianismo con respecto a la referida Tradición.18 

Señalemos también que el nombre del Rey Mago llamado en castellano Melchor o "Melki-Or" –en hebreo "Rey de la Luz"– es por demás significativo. No se conocen con certeza los nombres en hebreo atribuidos a los otros dos reyes magos (en castellano, Gaspar y Baltasar).19 

Retornando al tema de la superioridad de El-Elión sobre la de Shaddai, recordemos que el sacerdocio de Melki-Tsedek es el sacerdocio de El-Elión. El sacerdocio cristiano es el de "Emmanuel", y si El-Elión es Emmanuel, estos dos sacerdocios no son sino uno, y el sacerdocio cristiano, que por cierto comporta la ofrenda eucarística del pan y del vino es –verdaderamente– "según el orden de Melki-Tsedek". 

La tradición judeo–cristiana distingue dos sacerdocios: uno, "según el orden de Aarón", y el otro, "según el orden de Melki-Tsedek", siendo éste superior a aquél, tal como el mismo Melki-Tsedek es superior a Abraham, del cual surgió la tribu de Leví y, consecuentemente, la familia de Aarón. Esta superioridad es netamente confirmada por San Pablo, quien dijo: "Leví mismo, que percibe los diezmos (sobre el pueblo de Israel), los pagó –por así decirlo– por medio de Abraham, pues ya estaba en las entrañas de su padre cuando Melki-Tsedek le salió al encuentro" ("Epístola a los Hebreos" 7, Versículos 9 y 10). René Guénon señala que, sin extenderse más sobre el significado de los dos sacerdocios, considera conveniente mencionar las siguientes palabras de San Pablo: "Aquí –en el sacerdocio levítico– son los hombres mortales quienes perciben los diezmos; pero allá, es un hombre del cual está atestiguado que vive". Este hombre viviente es Melki-Tsedek, o sea "Manu", que permanece en efecto "a perpetuidad" (en hebreo, "le-olam"), es decir, por toda la duración de su ciclo ("Manvántara"), o del mundo que él rija en especial. Es por eso que se le considera "sin genealogía", pues su origen es "no humano"), ya que él mismo es el prototipo del hombre, "hecho a semejanza del Hijo de Dios", puesto que la Ley que él formula constituye, para este mundo, la expresión de la imagen misma del Verbo Divino. Es sabido que en la "Pistis Sophia" de los gnósticos alejandrinos, Melki-Tsedek es calificado como "Gran Receptor de la Luz Eterna", lo cual concuerda asimismo con la función de Manu, que recibe efectivamente la "Luz Inteligible" por medio de un rayo emanado directamente del "Principio", para reflejarlo en el mundo que es su dominio, siendo por tal razón que "Manú" es llamado también "hijo del Sol".20 

II
En la antigüedad existía aquello que podría darse en llamar una "geografía sagrada" o "sacerdotal", y la ubicación y orientación de ciudades y templos no era en modo alguno arbitraria, sino por el contrario determinada de acuerdo con leyes muy precisas, de donde se deducen los vínculos que unían el "arte sacerdotal" y el "arte real" con el arte de los constructores, así como las razones por las cuales las antiguas corporaciones se hallaban en posesión de una verdadera tradición iniciática. Por lo demás, entre la fundación de una ciudad y la constitución de una doctrina –o una nueva forma tradicional– por adaptaciones a condiciones definidas de tiempos y lugares, existía una relación tal que la primera era a menudo decidida para mejor simbolizar la segunda. Naturalmente, se debía recurrir a precauciones particularmente especiales cuando se trataba de fijar el emplazamiento de una ciudad que estuviere destinada a ser –desde un punto de vista u otro– la metrópoli de una parte del mundo, y los nombres de las ciudades –al igual que aquello que se relacionare con las circunstancias de su fundación– eran examinados cuidadosamente desde estos puntos de vista. 

Sin extendernos por ahora más sobre estas consideraciones, podemos sí agregar que centros de esta índole existían en varios lugares del mundo, y es probable que Egipto haya contado con algunos –probablemente fundados en épocas sucesivas– tales como Menfis y Tebas. El nombre de esta última –que fué también el de una ciudad griega– debe retener particularmente nuestra atención como nombre de un centro espiritual, en razón de su identidad manifiesta con la "Thebah" hebrea, es decir, el "Arca del Diluvio". 

El Arca es además una representación del centro supremo, considerada especialmente así en tanto asegura la conservación de la "Tradición", en cierta forma en estado de latencia encubierta o germen durante el período transitorio comparable al intervalo entre dos ciclos, lo que está señalado por un cataclismo cósmico que destruye el estado anterior del mundo, para hacer lugar a un estado nuevo. Este estado es asimilable al que representa para el comienzo de un ciclo el "Huevo del Mundo", que contiene asimismo en germen todas las posibilidades que se desarrollarán para la restauración del mundo, y que son los gérmenes de su futuro estado.21 

La función del Noé bíblico guarda semejanzas y correspondencias con aquella que en la tradición hindú desempeña Satyávrata, que se convirtió luego en Vaivásvata, uno de los nombres del Manu de nuestro actual ciclo. Pero debe destacarse que la tradición hindú se relaciona con el comienzo del presente Manvántara, en tanto el diluvio bíblico señala solamente la iniciación de otro ciclo más restringido, incluído en el interior de nuestro propio Manvántara: no se trata pues del mismo acontecimiento, sino tan sólo de dos sucesos que guardan cierta analogía entre sí. El diluvio bíblico se relaciona exclusivamente con el cataclismo tectónico y oceánico en el cual desapareció Atlántida, aproximadamente hacia los finales de la glaciación "Würm" (10.960 a 8.000 a.C.), "diluvium" que la tradición hebrea trasladó al Asia Menor. Otro tanto podría argumentarse por analogía con respecto a algunas otras tradiciones diluviales que se reencuentran en gran cantidad de tradiciones, y que concierne todavía a ciclos más particulares. 

En el mito griego, al parecer importado desde el Cercano Oriente, el diluvio de Deucalión fué datado en el año 1.529 a.C. En rigor, este diluvio debe ser atribuido a la erupción y explosión del volcán de la isla de Tera, actual Santorín, en el Mar Egeo, que recientes descubrimientos científicos ubican en el período que media entre los años 1.500 y 1.470 a.C.: este suceso, en cierta forma reciente, superó a la antigua y supuesta inundación mesopotámica en forma tan completa que, a la larga, ésta quedó olvidada y sólo conservó su nombre: "el Diluvio". 

Deucalión, rey de Tesalia –relata el mito griego– prevenido por su padre Prometeo, el Titán, al que había visitado en el Cáucaso, construyó un arca, la abasteció, y entró en ella con su esposa Pirra. Heleno, hijo de Deucalión, es el supuesto antepasado de todos los griegos; Deucalión significa "marinero de vino nuevo", lo que establecería una cierta relación con el mito de Noé, supuestamente el inventor del vino, que lo habría obtenido de una cepa sustraída del Edén. 

Heleno, hijo de Deucalión, era hermano de Ariadna de Creta, la que se casó con Dionisio (Baco), el dios del vino. Dionisio, durante el diluvio, viajó en una nave en forma de luna nueva, llena de animales. Mircea Eliade sostiene que "así como las fases lunares gobiernan las ceremonias de iniciación, del mismo modo la Luna se encuentra en estrecha conexión con las inundaciones y el diluvio que aniquilan a la vieja humanidad y preparan la aparición de una humanidad nueva".22 23 

En cuanto a lo que atañe a los diluvios de Ogigia u Ogigés, que habrían sido dos, uno de ellos tal vez pueda identificarse con el de Deucalión; el otro, mencionado por el historiador Jenofonte (430 a 355 a.C.), pudo producirse en el Atica, o bien posiblemente podría referirse al que cita el historiador Timeo (Siglo IV, autor de una "Historia" compuesta por 38 libros). 

Hemos llegado a un punto apropiado a partir del cual nos hallamos en buenas condiciones para profundizar este somero análisis de la tradición hebrea. 

Afirmamos nuevamente que dicha tradición es básicamente de raigambre "hiperbórea", y que su transmisión se realizó muy verosímilmente por intermedio de los caldeos ("kaldes", en sánscrito), o sea a lo largo de la línea "Hiperbóreos – Caldeos – Abraham", y "Melkisedek – Abraham", pero también –en tiempos distintos aunque posteriores –vía Atlántida – Celtas – Egipto – Moisés". Como sabemos, la civilización de Atlántida, que fué una subsede occidental de la tradición hiperbórea, se transmitió a los celtas ("kaldes", en sánscrito), y por intermedio de éstos llegó a los "egipcios predinásticos" y luego a los sacerdotes egipcios, para después –Moisés mediante– arribar a los hebreos. 

Estas dos corrientes –análogas, mas no iguales– desembocaron, entre otras, en la tradición hebrea, en sus vertientes abrahámica y mosaica, comunicada de generación en generación –completada a veces, desvirtuada en otras– hasta que después de varios intentos y no pocos siglos, fué definitivamente fijada por escrito en su texto actual y en su versión exotérica por Esdras, en el Siglo IV antes de Cristo. 

Creemos que el propio Esdras y sus asesores sobre las milenarias tradiciones que guardaba el pueblo hebreo, se han de haber encontrado en graves aprietos para imaginar y relatar sucintamente el presumible "principio" de la manifestación universal, esto es, lo que pudo haber ocurrido antes de las catástrofes naturales que precedieron a las que arruinaron, y en parte destruyeron, las civilizaciones particulares de sus remotísimos antepasados de todo origen. Y, al parecer, no hallaron mejor solución que englobar en un mismo acontecimiento la creación del Universo –y dentro de éste la de nuestro planeta y su evolución– a partir de un "caos" un tanto extraño, y adjudicando al "diluvio de Noé" el cataclismo de agua que habría destruído todo rastro de sus antepasados. Obsérvese cómo se compagina magistralmente la saga del diluvio bíblico –que hipotéticamente destruye "toda carne", menos Noé y su familia, así como las especies embarcadas– con la "nueva humanidad" surgida del patriarca que, a través de Sem habría dado origen al pueblo hebreo –"elegido de Dios"– y con la intervención de Cam y Jafet al resto de la actual humanidad. 

Con el diluvio bíblico, la tradición exotérica recopilada por Esdras intenta romper con el lejano origen hiperbóreo y celta, circunstancia ésta que es absolutamente congruente con "el exclusivismo habitual de las concepciones hebreas, que no se encuentra cómodo con las aproximaciones a otras tradiciones".24 

Pero un episodio post–diluvial aparentemente nimio del relato estructurado por Esdras, habría de frustrar sin atenuantes su intento de ignorar ya por entonces todo vínculo con las raíces profundas de las civilizaciones hiperbóreas, o de origen hiperbóreo. El "arca de Noé", después de su incógnito periplo, se posó sobre "las montañas de Ararat" (Génesis 8, Versículo 4), justamente en la Transcaucasia, región donde se habían instalado antes del tercer milenio previo a nuestra Era numerosos pueblos de las culturas hiperbóreas "Kurgan II" y "Kurgan III". La coincidencia –pese a las diferencias en el tiempo– no puede dejar de ser considerada –como mínimo– de "curiosa". 

Las montañas de Ararat se ubican en la actual Turquía Oriental, inmediatamente al Suroeste de la intersección del paralelo de 40º Norte con el meridiano de 45º Este, setecientos cincuenta kilómetros al Noreste del Lago Van. El Gran Ararat tiene una altura de 5.165 metros sobre el nivel del mar, y el Pequeño Ararat sólo 3.925 metros. Los textos bíblicos no mencionan en qué zonas de las montañas "del Ararat" varó el arca, pero –razonablemente– ello no debe interpretarse en el sentido de que lo hubiese hecho en alguna escarpa de gran altitud.25 

Como puede comprobarse, luego de tantos esfuerzos mentales de ingeniería naval para diseñar el arca (Génesis II, El Diluvio; Versículos 13 a 16), así como el presumible gasto de materiales y energías físicas para construirla, a lo que debemos agregar las penurias sin cuenta para imaginar el listado de animales a embarcar y luego reunir las especies y su alimento, la cosa quedó así: no hubo arca, ni tampoco diluvio universal, pero en la realidad numerosos pueblos de origen y tradición hiperbórea se instalaron en la Transcaucasia, en inmejorable aptitud para crecer, expandirse, y afianzar su poder y su cultura en los territorios que habían ocupado y que, con el tiempo, integrarían el pujante reino de Urartu. 

Pero lo más notable a nuestro entender es que en las tradiciones de origen hiperbóreo no se mencionan en absoluto diluvio alguno contemporáneo con el que supuestamente habrían protagonizado el patriarca Noé y sus familiares. 

El Diluvio bíblico (Génesis II, Capítulos 6, 7, 8 y 9), ese episodio local derivado de una leyenda sumeria que pudo haber tenido lugar en el "país de los dos ríos", tal vez unos 3.000 a 4.000 años antes de Cristo, se convirtió para la humanidad en símbolo del crimen y del castigo. ¿Por qué razones se instaló con tal fuerza en las leyendas y tradiciones de gran parte de la humanidad Occidental? La historia de nuestro planeta nada tiene que ver con ese presunto cataclismo, puesto que se escribió y se fijó en la piedra antes del diluvio bíblico.26 

Aquella inundación caldeo–babilónica ocurrida sobre una superficie de unos 650 kilómetros de largo por 150 kilómetros de ancho, exhaustivamente investigada por los trabajos de Sir Leonard Woolley entre 1922 y 1929, patrocinados por los museos Británico y el de la Universidad de Pensylvania, ¿fué en realidad el diluvio de que nos habla la Biblia?. Creemos enfáticamente que no, y nos asisten para ello los resultados obtenidos por los estudios y exploraciones efectuadas, que resumimos seguidamente. 

Se acepta desde ya muchísimo tiempo que la historia del Diluvio, tal como se relata en Génesis 7 y 8, está inspirada en la leyenda súmera. Las versiones escritas más antiguas que poseemos de esta leyenda datan de hace más de dos mil años antes de Cristo y son, por lo tanto, algunos siglos anteriores a Abraham; pero son muchas las autoridades que ponen en duda que tanto la versión súmera cuanto la bíblica estén basadas en hechos históricos. Pero es indudable que los súmeros no tenían semejantes dudas, pues aparte de la leyenda, sobrecargada como está de mitología y milagros, los cronistas –en sus sobrios cuadros de los reinados de los magnates– hacen mención del "Diluvio" como un acontecimiento que interrumpió la marcha de la historia. No nos dan detalles acerca de esto ("después vino el diluvio, y luego del diluvio la realeza descendió de nuevo de los cielos"), pero ya que afirman que existieron dos o tres ciudades súmeras tanto antes cuanto después del diluvio, podemos aceptar que la interrupción de la historia no fué definitiva, y que a pesar del desastre "universal" sobrevivieron algunos de los centros locales de civilización. 

Es posible –sostenía Woolley– que se descubran referencias más extensas con respecto al "diluvio" en las tablillas todavía enterradas en el fértil suelo de la Mesopotamia, pero aún así habrá quienes opinen que sólo sirven para amplificar la leyenda. El historiador tiende a pedir una prueba material, y, una prueba de esta índole, sobre un acontecimiento de este tipo, es muy difícil de encontrar. Sin embargo, tomando en consideración todos los hallazgos de la expedición conducida por Woolley, no cabía duda alguna que la inundación confirmada correspondía al diluvio de la historia y de las leyendas súmeras, esto es el diluvio en que está basada la historia del patriarca Noé. 

¿Qué conclusiones fue posible derivar de los hallazgos? El descubrimiento de la existencia de una inundación real que dió origen a las dos leyendas del diluvio –la súmera y la hebreano confirma desde luego ni uno solo de los detalles de ninguna de las dos. Este diluvio no fue universal, sino simplemente un desastre local restringido al valle inferior del Tigris y el Eúfrates, es decir una zona que hoy en día podría abarcar con alguna amplitud la zona intermedia entre los cauces de ambos surcos de agua, y que se extendería entre la actual costa de Kuwait sobre el Golfo Pérsico, y unos 100 kilómetros al Norte de Bagdad. 

Sin embargo, para los habitantes de las regiones inundadas esto era todo el universo, o mejor dicho, todo su universo.27 

"Los mitos y símbolos vienen de demasiado lejos: son parte del ser humano y es imposible no hallarlos en cualquier situación existencial del hombre en el Cosmos".28 

Una cuestión de gran interés que debe señalarse aquí es la relación que existe entre el simbolismo del "Arca" y el del "Arco–iris", aspecto éste que en el texto bíblico es sugerido por la aparición del arco–iris después del diluvio, como signo de la alianza entre Dios y las criaturas terrestres (Génesis 9, Versículos 12 a 17). El Arca, en el transcurso del cataclismo, flota sobre el océano de las aguas inferiores; el Arco–iris, en el momento que marca el restablecimiento del orden y la renovación de todas las cosas, aparece "en las nubes", esto es, en la región de las "aguas superiores". Se trata de una relación de analogía en el sentido más estricto del vocablo, esto es, que las dos figuras son inversas y complementarias la una con la otra: la convexidad del Arca se halla vuelta hacia abajo, en tanto la del Arco–iris lo está hacia arriba, y su reunión forma una figura circular o cíclica completa, de la que son cual sus dos mitades. Esta figura estaba completa al comenzar el ciclo, y su restitución debe operarse al finalizar el mismo ciclo. 

Esta analogía guarda profunda correspondencia con el simbolismo de las letras "NÛN" (árabe) y "NA" (sánscrito) unidas, y con la letra "YOD" (hebreo), así como también con el símbolo astrológico del Sol y del oro alquímico–hermético, aspectos éstos que analizaremos detenidamente en un futuro trabajo. 

Agosto 25 de 1993
 
NOTAS
11 René Guénon: Formes Traditionnelles..., op. cit., "Ubicación de la tradición atlante en el Manvántara". pgs. 46 a 51; 153, 154 y 155.
12 Marcelle Weissen-Szumlanska: Les origines atlantéens des anciens égyptiens. Les Eds. des Champs Elysées, Omnium Litteraires, París 1965, 1ª parte, cap. 1º: pgs. 27, 30, 31, 32, 35, 36, 37 144.
13 B. K. Rattey: Los Hebreos. Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 2ª ed. en español, México 1974. Pgs. 29 a 33.
14 Marie-Henriette Alimen y Padre Marie-Joseph Steve: "Prehistoria". Historia Universal Siglo XXI, Vol. I. S. XXI de España Editores, Madrid, 5ª ed. 1973. Cap.: 'Europa': c. 4: Europa Central y Septentrional, pgs. 95 a 123; 124 a 133; E. Asia: pgs. 209 a 245; 260 a 269.
15 Bâl Gangâdar Tilak: Origine polaire de la tradition védique. Arché, Milán, 2ª ed., caps. XI, XII, y XIII.
16 René Guénon: Le Roi du Monde...., op. cit., cap. VI: "Melki-Tsedek", p. 50 a 52.
17 Ibid., p. 48, nota 1 de pie de página: "El sacrificio de Melki-Tsedek al presentar a Abraham pan y vino es habitualmente considerado como una "prefiguración de la Eucaristía"; y el sacerdocio cristiano se identifica en principio al propio sacerdocio de Melki-Tsedek, según la aplicación a Cristo de estas palabras de los "Salmos": "Tu es sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchissedec" ("Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedek"). Salmo CX, Versículo 4.
18 Ibid., cap. IV: "Las tres funciones supremas", pgs. 35 y 36.
19 Ibid., pgs. 35 y 36.
20 Ibid., cap. IV, pág. 52, nota 1 de pie de página.
21 René Guénon: Le Roi du Monde..., op. cit., capítulo XI: "Localizaciones de los centros espirituales", pgs. 88 a 94.
22 Mircea Eliade: Tratado de Historia de las religiones. Ediciones ERASA 2ª Edición. México 1979, capítulo V, pág. 198.
23 Gerd von Hassler: Los sobrevivientes del Diluvio. Javier Vergara Editor, Bs. As. 1980, pgs. 26 a 36.
24 René Guénon: Formes Traditionnelles..., op. cit., cap.: "La Kábala judía", pgs. 102 y 103.
25 El Pentateuco: Con el comentario de Rabí Shlomó ben Yitzjaki (Rashi) (Troyes, 1040-1105). 2ª edición. Editorial Yehuda, Bs. As. (sin fecha). Traducción directa al castellano del original hebreo por Enrique Jaime Zadoff (El Pentateuco) y Jaime Barilko (Rashi). Pág. 32: Génesis 8, Versículo 4: "Posó el arca en el séptimo mes, a los diecisiete días del mes, sobre la montaña de Ararat". En lo que nos interesa aquí, la exégesis de Rashi dice: 4)... "Se deduce, pues, que el arca estaba hundida 11 (once) codos en el agua por encima de las montañas". Por nuestra parte, digamos que de lo expresado no puede interpretarse en modo alguno que el arca se "posó" a gran altura, puesto que "las montañas" no implican necesariamente "las cumbres": el arca podría haberse posado casi a cualquier altura, a contar de las más bajas estribaciones de sus laderas, pues sólo habrían sido necesarios once codos de agua (4,62 m.) bajo la quilla de la nave.
26 Herbert Wendt: Antes del Diluvio. Editorial Noguer SA. Barcelona 1972. Libro Sexto, página 451 (extracto glosado del último párrafo).
27 Leonard Woolley: Ur, la ciudad de los Caldeos. Breviarios del Fondo de Cultura Económica. 2ª Edición 1966, cap. I: pgs. 15 a 22. Las investigaciones de mayor alcance fueron realizadas entre los años 1922 y 1929. Glosa de los conceptos expresados en las páginas 15, 20 y 21.
28 Mircea Eliade: Imágenes y Símbolos. Taurus Ediciones SA. 3ª Edición, Madrid 1979. Prólogo, pág. 25 (penúltimo párrafo); cap. V: "Historia y Simbolismo": "Bautismo, Diluvio y simbolismos acuáticos"; pgs. 165 a 167.
   
 
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA
1ª PARTE
I
Jean Charles Pichon: Les cycles de l'éternel retour, T. I, "El reino y los profetas". Ed. Robert Laffont, París 1963, cap. I: pgs. 70 y 71. Roger Caratini: "Astronomía", Enciclopedia Temática ARGOS, T. 2. Ed. Argos, Barcelona 1970. "Precesión": 521-2 pág. 22. René Guénon: Formes Traditionnelles et Cycles Cosmiques. Gallimard, París 1970, pgs. 13 a 24. Id: L'Homme et son devenir selon le Vêdânta. Eds. Traditionnelles, París 1978, cap. VIII: pág. 76; cap. XIX: pág. 153 n. 1. Id: Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. EUDEBA, Buenos Aires, 2a. ed., agosto de 1976, cap. LXI, pgs. 322 a 330. Lokamanya Bâl Gangâdhar Tilak: Origine polaire de la tradition védique. Ed. Arché, Milán 1979, cap. XIII, pgs. 330 a 363. 
II
R. Guénon: Símbolos fundamentales... op. cit., cap. LXI: pgs. 322 a 330. Id.: Formes Traditionnelles... op. cit., pág. 27. Mircea Eliade: Tratado de Historia de la Religiones. Eds. ERA S.A. 2a. ed., México 1975, cap. XI: pgs. 364/365. Jean-Charles Pichon: op. cit., "Introducción general", pág. 17.  
2ª PARTE
I
Colin Wilson: Buscadores de Estrellas. Cinco milenios de historia de la astronomía. Ed. Planeta, Barcelona 1983, 1ª parte: "La cosmología antigua", pgs. 7 a 63. David Layzer: La construcción del mundo. Ed. Labor, Barcelona 1989 (Biblioteca "Scientific American"), caps. 1º a 4º: pgs. 1 a 204. Carl Sagan: Cosmos. Ed. Planeta, Barcelona 1980. pgs. 4 a 71. R. Caratini: op. cit.,. 52, Astronomía: 521-1; 521-2 (pgs. 11 a 19). San Agustín: Confesiones. Ediciones Paulinas S.A, 6ª ed., México 1979, cap. 3: párrafos 3, 4. y 7.; pgs. 112 a 116.  
3ª PARTE
I
R. Caratini: "Astronomía". op. cit. pgs. 8 y 117. Georges Gamow: Un planeta llamado Tierra. Espasa-Calpe, Madrid 1967, cap. VI: pgs. 184 y 185 (primera parte). Isaac Asimov: Luces en el cielo. Ed. Sudamericana, Buenos Aires 1980, pgs. 127 y ss., y 133.  
II
Isaac Asimov: op.cit., pgs. 135 y 136. R. Caratini: "Astronomía", op. cit. pgs. 22, 23, 66 y 124. Donald H. Menzel: Guía de campo de las estrellas y planetas de los hemisferios Norte y Sud. Eds. Omega, Barcelona 1976, pgs. 178-179, 202, 360-361, 380, 408 (placa fotográfica Nº 10, del-9-1948. G. Gamow: op. cit., pgs. 180 a 187.  
4ª PARTE
Proemio
R. Guénon: Símbolos fundamentales... op. cit. ed. 1969, cap. XVII: pgs. 131 a 135. Enciclopedia Temática Argos: op. cit., T. 3: "Filosofía y Religión", pgs. 140 a 144; 163 (cuadros 18 y 19); 164 (cuadros 20 y 21). H. J. Wilkins: Mitología Hindú, Védica y Puránica. Visión Libros S.A., Barcelona 1980, Brahma: pgs. 105 y s.s.; Vishnú: pgs. 125 y s.s.; Siva: pgs. 255 y s.s. R. Guénon: Etudes sur l'Hindouisme. Traditionnelles, París 1979: "El Quinto Veda", pgs. 87 a 94.  
I
R. Guénon: Formes Traditionnelles... op. cit., cap. I: "Quelques remarques sur la doctrine des cicles cosmiques", pgs. 13 a 24 (resumen parcial).  
II
(Bibliografía principal)
R. Guénon: Le Roi du Monde... Gallimard, 8ª ed., París 1918, cap. I, pág. 13. R. Guénon: Formes Traditionnelles... op. cit., pgs. 12 a 24. Yogi Ramacharaka: Bagavadad Gita. Ed. Kier, Buenos Aires, 7ª ed. 1970, caps. VIII y IX. Jean Robin: René Guénon, Témoin de la Tradition. Guy Trédaniel, Eds. de la Maisnie, París 1978, cap. XII: pgs. 340 a 348. R. Guénon: Le symbolisme de la croix. Ed. Vega, París 1957, cap. XXIII, pág. 249, n. 2. Id.: Le Roi du Monde, op. cit, cap. II: pgs. 13 a 21; y cap. VI: pgs. 47 a 58.  
III
Lokamanya Bâl Gangâdhar Tilak: op. cit., cap. III: pgs. 53 a 67.  
[El resto de la bibliografía aparece en las notas del artículo].

 


Estudios Publicados

Home Page