SIGNIFICACION EVANGELICA DEL TERMINO 'GENERACION' Y SU RELACION CON LA CICLOLOGIA
GUILLERMO GARCIA FERREIRA *

Con referencia al artículo sobre "Hesíodo y la índole del tiempo en el final del ciclo" que aquí obra de capítulo introductorio, es que ahora deseamos efectuar algunas precisiones respecto del concepto evangélico de 'generación', ligado como indudablemente está a la doctrina de los Ciclos Cósmicos.

El propio Jesús habla de "esta generación" en el denominado 'Sermón Profético', al cual ya nos habíamos referido someramente y de pasada en aquél estudio, en virtud de la inocultable importancia que el mismo encierra en lo atinente a describir pormenorizadamente los distintos 'signos' del 'final de los tiempos'.

En efecto, al ser interrogado por sus discípulos Jesús no duda en 'situar', si bien que al modo propio de los genuinos profetas, los eventos por él vaticinados. Es entonces que expresa:

En verdad les digo: No pasará esta generación sin que sucedan todas estas cosas. [Mateo, XXIV, 34. Y de manera casi idéntica en Marcos, XIII, 30].

El punto, aparentemente contradictorio, ha generado variadas explicaciones. ¿De qué está hablando Cristo? ¿De hechos que tendrían lugar poco más o menos cuarenta años después de su muerte, esto es, de la destrucción del Templo por parte de los romanos y el posterior inicio de la diáspora del pueblo judío? ¿O concretamente del Fin de los Tiempos, por ende, de la presente humanidad? Las glosas que la teología católica efectúa a la Escritura tienden a dispensarle una mayor relevancia a la primera significación, con lo cual Jesús le estaría confiriendo al vocablo 'generación' un sentido acotado e inmediato, vale decir, histórico. Efectivamente, su propia generación todavía no habría pasado cuando la destrucción del templo por parte de las legiones romanas se hubiese efectuado.

No obstante, en el Evangelio de Lucas y acerca de la 'Segunda Venida', acontecimiento que, a todas luces, habrá de tener lugar esta vez sí en el 'Final de los Tiempos', siendo como es, por lo demás, como su 'Sello', se lee:

En efecto, como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día.

Pero antes, tiene que sufrir mucho y ser rechazado por este pueblo. [Lucas, XVII, 24-25].

En este pasaje, el punto en cuestión radica en el valor que ha de dársele a la palabra 'pueblo'. Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, en cambio, traducen el fragmento como sigue:

Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día.

Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta generación. [Ibidem].

También aquí, la palabra 'generación' puede ser considerada desde dos puntos de vista: como 'este pueblo' o como 'esta humanidad'. Al optar por el primer matiz, la versión católica aludiría a un grupo humano restringido que en un momento preciso de la historia no reconoció al Cristo y le dio muerte. De esta manera, la crucifixión se constituye como el paso necesario para la 'Segunda Venida', es decir, el 'Día del Hijo del Hombre', a concretarse numerosas centurias después, evento del cual, por lo demás, no saben con exactitud cuándo acontecerá "ni los ángeles en el Cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" [Marcos, XIII, 32].

Empero, mayor entidad simbólica pareciera encerrar la traducción protestante según la utilización que hace de 'generación', en tanto la misma indicaría un lapso mucho mayor que el que va de la Crucifixión al preludio de la diáspora del pueblo judío.

Lo cierto es que ambas interpretaciones, sea la que considere 'generación' en un sentido histórico, o bien aquella que opte por conferirle al vocablo una significación transhistórica, resultan plenamente válidas. Y ello debido a una característica sobresaliente del discurso profético: su posibilidad de referirse a realidades diversas, si bien análogas, mediante la utilización de un mismo enunciado.

Y en efecto, Jesús habla de dos cosas a la vez. Primero, sí, de la próxima destrucción de Jerusalén por los romanos, hecho que habría de tener lugar 'dentro' de su propia generación. Pero también alude en segundo término a la destrucción de este mundo en el fin de los tiempos, o sea, al concluir la presente generación humana.

Y tocamos aquí el punto fundamental de nuestro breve estudio, aquél que le otorga un valor plenamente iniciático al vocablo 'generación' y que, por eso mismo, liga directamente estas palabras de Cristo a la Doctrina de los Ciclos Cósmicos, haciéndolas concordar en un todo con lo que numerosos datos tradicionales nos enseñan.

Este uso cosmológico de la expresión se nos revela con meridiana transparencia en un pasaje del Zohar:

'Y dijo Dios, Hágase la luz, y se hizo la luz' [Gen. I:3]. Esta es la luz primordial que hizo Dios. Es la luz del ojo. Es la luz que Dios le mostró a Adán y, por medio de ella, él pudo ver el mundo de un extremo al otro. (…) Previendo el advenimiento de tres generaciones pecadoras, la generación de Enos, la generación del Diluvio y la generación de la Torre de Babel, Dios los alejó del goce de la luz (…). I. 31b.

Desde el punto de vista propio de la Tradición hebrea, entonces, contamos aquí con una exposición sucinta de la Doctrina de los Ciclos en lo esencial coincidente con el relato de Hesíodo tratado en el artículo inicial. Así, el Manvántara, o duración completa de una humanidad terrena, subdividido en cuatro períodos menores de duración decreciente (aunque en ninguno de los dos ejemplos se especifique claramente este rasgo) y progresiva decadencia, se halla figurado por cuatro sucesivas edades 'metálicas' con sus correspondientes razas en el poeta beocio y por otras tantas generaciones humanas en la relación arriba tomada del más importante texto cabalístico.

Entonces, tenemos que a la Edad de Oro le correspondería la Generación de Adán; a la de Plata, la de Enos; a la de Bronce, la de Noé y a la de Hierro, la de Babel. Es de notar que el griego agrega una quinta raza, la de los héroes, dispuesta entre la de bronce y la de hierro, lo cual podría explicarse como un intento por homologar dos formas alternativas de dividir el Manvántara: ya sea en cuatro períodos de proporción decreciente, siendo esta la forma más ajustada a los dictados de la Tradición Primordial, ya sea, en cambio, en cinco Grandes Años de idéntica duración.

Empero, si se hace abstracción de la raza de los héroes, la cual, a todas luces constituye un 'agregado' que, además de romper con el esquema cuaternario de los metales, debe hallarse destinado a 'ubicar' el orbe mítico griego en el devenir de la humanidad terrena actual tomado en su totalidad, lograremos una correspondencia perfecta.

Como quiera que sea, esta raza de los héroes no debiera ser considerada de otra manera que como una 'prolongación' de la humanidad atlante, ello es, la de bronce en términos de Hesíodo, la cual se hubo de desarrollar entre finales del tercero y la casi totalidad del cuarto de los 'Grandes Años', considerados siempre como semiperíodos de precesión equinoccial, en los que se divide la totalidad del presente Manvántara. Los propios mitos griegos, por lo demás, no disimulan demasiado –para quien sepa leerlas– numerosas alusiones a la desaparecida isla-continente.

Incluso si nos atenemos a un punto de vista en mayor grado 'primordial', esto es, a la división que del Manvántara establece la tradición hindú, emanada directamente de la Tradición Polar originaria, percibimos también que estipula cuatro edades o Yugas de duración decreciente. Por lo tanto, el Krita - Yuga, homologándose a la Edad de Oro hesiódica y a la generación de Adán hebrea; el Treta - Yuga, a la Edad de Plata y la Generación de Enos; el Dwapara - Yuga, a la Edad de Bronce y la Generación de Noé y, por fin, el Kali - Yuga, equivalente a la Edad de Hierro y la generación de Babel, respectivamente.

Así las cosas, hay algo en el citado capítulo evangélico que llama sobremanera la atención. Y es que, siendo Jesús como era en ese momento de Su Mensaje obligado deudor de la Doctrina de los Ciclos, caracteriza lo que habrá de ocurrir en los días finales de la presente generación (la Suya, la nuestra, en fin, la de Babel), proponiendo una analogía con lo acontecido en los días previos al final de la inmediatamente precedente, esto es, la de Noé:

En los días del Hijo del Hombre sucederá lo mismo que sucedió en tiempos de Noé. Comían, bebían y se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca y vino el diluvio que los hizo perecer a todos. [Lucas, XVII, 26 y 27].

Este versículo, ubicado en ese lugar posteriormente inmediato al uso del vocablo en cuestión, indefectiblemente dota a este último de un sentido inequívoco en cuanto a su valor iniciático y cosmológico: el que lo liga en forma directa al último tramo de un ciclo de humanidad.

Incluso, a continuación, la Escritura subraya tal sesgo al referirse a un cataclismo que, si bien de índole mucho más restringida que el anterior, se halla también aquí en perfecta correspondencia analógica:

Pasó lo mismo en los tiempos de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban. Pero salió Lot de Sodoma, y Dios hizo caer del cielo una lluvia de fuego y azufre que los mató a todos. Lo mismo pasará el día en que aparezca el Hijo de Hombre. [Id., XVII, 28-30].

Agreguemos para terminar que al inclinarnos a adoptar esta significación final del término, otra cuestión hondamente enigmática se nos presenta. Se dice así del Hijo del Hombre que antes de su Segunda Venida "es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta generación [sea rechazado por este pueblo]". Y ello presupone un interrogante ciertamente inquietante: si no se trata ya de la propia generación de Jesús, esto es, la que en su momento no lo conoció y consintió en condenarlo, ¿es que en el final de los tiempos prosperará algún tipo de 'impostura' tendiente a 'desechar' o 'rechazar' por la generalidad de los hombres Aquello que Él representa?

Constituye este un asunto en grado sumo susceptible que preferimos no abordar por el momento. Sólo anticiparemos que las inagotables 'maniobras' emanadas de la acción 'contrainiciática' propia del 'Reino del Anticristo', sea lo que fuere lo que tal denominación designe, no habrán de ser para nada ajenas a tales sucesos.

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REFERENCIAS

La Biblia. San Pablo (Madrid) y Editorial Verbo Divino (Navarra) [Coeditores], 1995.

La Santa Biblia. Antiguo y Nuevo Testamento. Antigua versión de Casiodoro de Reina (1569). Revisada por Cipriano de Valera (1602). Otras revisiones: 1862, 1909 y 1960. Sociedad Bíblica Argentina, 1960.

El Zohar. El libro del esplendor. Selección y edición de Gershom Scholem. Traducción de Pura López Colomé. México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1988, Colección de Cultura Universitaria 18, Serie/Documentos.

HESÍODO: Obras y fragmentos. Introducción general de Aurelio Pérez Jiménez. Traducción y notas de A. P. J. y Alfonso Martínez Díez. Madrid, Gredos, 2000.


 
NOTA
* Del mismo autor ver otros textos en la misma Sección, y en SYMBOLOS Telemática: "Algunas consideraciones acerca del simbolismo arbóreo (A propósito de Juan 1, 43-51)", "El nacimiento de Zeus" y "La Tierra Blanca"..

 

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